martes, 15 de mayo de 2012
DE: PATRICIA CORI ... "VUELVE LA ATLÁNTIDA" ... PARTE 5... "LOS YZHNÛNI - EL SEGUNDO CICLO y EL TERCER CICLO" ...
CAPITULO 5 -
LOS YZHNÜNI -
EL SEGUNDO CICLO y
EL TERCER CICLO
¿Cómo pudo, la oscura minoría del Sacerdocio atlante, afectar tan drásticamente a la evolución de todo un planeta?
Antes de
poder describir efectivamente los sucesos, que condujeron al cataclismo
de la Última Generación, debemos volver brevemente a una sociedad
atlante muy anterior, cuyas condiciones de vida y desarrollo cultural
consideraríais “primitivos» según vuestros criterios actuales.
Estamos
hablando del segundo ciclo de la civilización atlante, que acabó con el
enfriamiento de la era glacial, que cubrió vastas áreas de la Tierra de
gruesas capas de hielo de hasta cinco kilómetros de grosor. En torno al
28600 a. de C. ya había consumido las costas y las tierras atlantes,
silenciando toda vida en esas regiones durante más de mil años.
Después
llegó un rápido calentamiento que fundió el hielo y envió las aguas a
los mares que rodeaban el continente; a pesar de las inundaciones de las
áreas costeras y de las tierras bajas, la vida volvió a brotar en las
tierras altas.
Vuestro
planeta, desequilibrado por los grandes cambios magnéticos, ocurridos
en los cuerpos celestes que resonaban con él, en el momento de la
entrada de Nibiru (en torno al 32000 a. de C), cambió la inclinación de
su eje, redefiniendo los polos norte y sur, y alterando drásticamente el
clima, las masas de tierra y las aguas de Gaia.
Algunas
áreas fueron devoradas por grandes glaciares en lo que consideraríais
un “instante», haciendo que prácticamente toda la vida superficial
quedara en suspenso durante miles de años. En otros puntos del planeta,
las capas de hielo se extendieron sobre la tierra mucho más lentamente,
miles de años después del cataclismo ocurrido en los polos.
En
aquellos lugares donde el Homo sapiens tuvo tiempo de reaccionar a la
aberración climática, hubo grandes migraciones a las tierras altas, aún
inexploradas, de los continentes terráqueos: lugares como los Himalaya y
los Andes.
Allí
hubo supervivientes. Uno de estos lugares fue el continente de la
Atlántida. Antes de la congelación de la Atlántida, la vida de los
nativos era como una extensión del entorno natural, en relativa armonía
con la Tierra. Habían alcanzado un estado altamente evolucionado en su
cuerpo de luz, y eran capaces de viajar en el tiempo y de realizar
desplazamientos astrales a voluntad.
Sus
antepasados, habían crecido junto a las bestias salvajes y las criaturas
que poblaban el planeta en ese estadio de su desarrollo, y en una etapa
temprana de su evolución, aprendieron a domesticar los animales que los
protegerían y los ayudarían a sobrevivir. Los atlantes del segundo
ciclo, nunca comieron carne animal. Algunos animales domésticos fueron
utilizados por su leche y otros por sus huevos; todo esto se
consideraba, regalos de las «criaturas de cuatro patas».
Basaron
su dieta en el hábitat verde del continente, rico en todo tipo de
frutos y nueces, hierbas y plantas medicinales, porque sentían que la
luz capturada en las hojas, les proporcionaba la carga eléctrica de la
Deidad Solar, mientras que las raíces les ofrecían las energías
magnéticas de la Madre Tierra... y así era.
Desde
un punto de vista espiritual, éste era un estado de conciencia altamente
desarrollado —una vibración superior— que daba a la humanidad una
comprensión mucho más clara de la naturaleza de todos los seres vivos.
Además, sentían respeto por todo: las rocas, los habitantes del mar, los
grandes árboles y animales, y también unos por otros.
Consideraban
que toda la creación era un reflejo del Creador Primero, y nada se
tomaba del medio ambiente sin permiso, ni siquiera una fruta sin la
bendición del árbol, porque los primeros atlantes disfrutaban de
interacción telepática con todas las formas de vida que compartían su
entorno.
Existía un gran respeto entre los seres vivos, y la naturaleza era grácil como lo era el ser humano. Los nativos americanos (los que no fueron sometidos por los auto designados señores de sus tierras, la sede Annunaki) aún conservan muchas de sus costumbres ancestrales.
Los
Hopi, han sido los mejores “Guardianes de los Registros» atlantes del
segundo ciclo, pero todos los nativos de las Américas, albergan esa
sabiduría en sus usos ancestrales y en su memoria tribal. En contacto
con los nativos de los pueblos indígenas, podéis acercaros a entender
ese estado de unidad, que la humanidad compartió antiguamente con todos
los seres vivos de Gaia.
Libres
de enfermedades y de naturaleza pacífica, los atlantes del segundo ciclo
vivían vidas mucho más largas de lo que creéis posible en vuestro
planeta. Se ha hecho alusión a ello en vuestras Escrituras Sagradas,
allí donde los regentes de la religión moderna no han destruido los
testimonios, reescribiendo los textos antiguos. Era habitual vivir mil
de vuestros años terrenales.
De
hecho, en muchos entornos del mundo material, la duración de la vida
tiende a ser sustancialmente más larga de lo que estáis acostumbrados en
la Tierra. Los nibiruanos, por ejemplo, viven casi dos milenios, a
pesar de que eso refleja las condiciones con las que se tienen que
enfrentar.
La
esperanza de vida media de las criaturas vivientes cambia
constantemente, y la afectan muchas variables medioambientales y
tecnológicas, los acontecimientos cósmicos y, sobre todo, la conciencia
colectiva.
Considerad
que hace muy poco, la esperanza de vida para el ser humano no
sobrepasaba los cuarenta años, y sin embargo, vuestros ancianos
contemporáneos alcanzan fácilmente los ochenta. La esperanza de vida se
ha doblado en poco más de doscientos o trescientos años.
Si
podéis imaginar decenas de miles de años de evolución, os será más fácil
aceptar que las cosas eran muy, muy diferentes en el planeta Tierra, en
una época tan remota que no ha sobrevivido ningún dato sobre ella.
Lo que
actualmente consideráis las «antigüedades» de la humanidad, no son sino
granos en el reloj de arena. Los atlantes del segundo ciclo, tenían
altamente desarrolladas las dotes psíquicas e intuitivas, y su devoción
espiritual se centraba en la Tierra, aunque adoraban las estrellas y los
cuerpos celestes, que les servían para medir el tiempo y su lugar, en
una galaxia de seres estelares.
Al ser
hijos de las estrellas, guardaban el conocimiento de sus orígenes
estelares en el ADN, como vosotros. No había jerarquías religiosas,
porque ellos tenían línea directa con el Creador Primero, a quien
adoraban en los árboles, en los ríos y mares, en los pájaros, en el
cielo y en las cumbres de las montañas.
Cada
día, la naturaleza les planteaba nuevos retos, y ellos los aceptaban,
considerándolos movimientos del Espíritu a través de ellos. A lo largo
de la existencia de los seres humanos sobre la Tierra, nadie ha
demostrado tanto amor por Gaia, como los miembros del segundo ciclo de
la Atlántida.
Estaban
totalmente sintonizados con las demás formas de vida, las energías
elementales y las fuerzas del cosmos. Uno puede, por tanto, imaginar su
perplejidad y terror, cuando las fuerzas naturales parecieron volverse
contra ellos.
EL TERCER CICLO...
Repetimos que el tercer y definitivo ciclo,
comenzó cuando se fundieron los hielos.
Conforme
los glaciares empezaron a retirarse rápidamente del continente, se
produjo un gran florecimiento de manera bastante espontánea, y la
Atlántida, una de las últimas masas de tierra en experimentar la
devastación, también fue una de las primeras en revitalizarse... tanto
energética como climáticamente.
En
ésa época, como parte de nuestro vínculo kármico con vosotros, y para
resolver nuestros asuntos kármicos con los Annunaki de Nibiru, "muchas
almas de Sirio, eligieron encarnar en la Tierra para ayudar al
renacimiento de la raza humana"... "Pudimos leer los registros
akáshicos, y observar que en ese tiempo, la Familia de Luz sería
Convocada a los campos de la Tierra"... por eso se creyó que, en cierto
sentido, nuestro destino era encarnar en una vibración inferior a la
nuestra y retornar a la tercera dimensión.
En ésta
época, los primeros sirianos aparecieron como humanoides sobre la faz
de la Tierra, específicamente en las tierras montañosas de la Atlántida.
Como nuestra Deidad Solar, Satais (Sirio B), el cuerpo planetario en el
que tenían su origen los Yzhnüni, ya no está en el universo material,
puesto que resuena a una frecuencia superior: Una frecuencia planetaria
hexadimensional que existe en un universo paralelo al vuestro.
Para
los Yzhnüni, ésta era una oportunidad de volver al mundo de la forma,
con todos los retos que los seres conscientes tienen que afrontar de los
elementos, de otras formas de vida, y del proceso transmutador de la
retrogradación, al tiempo que resolvían el karma que vinculaba a Sirio
con la vibración gaiana, que habría retrasado eternamente nuestra propia
evolución.
Los
Yzhnüni, hijos estelares de Sirio, tuvieron grandes dificultades para
cristalizar en la tercera dimensión, porque su vibración había
sobrepasado el mundo físico hacía mucho tiempo, y el retorno al mundo
material los llenaba de incertidumbre.
Sin
embargo, las historias sobre el planeta azul-verde, su majestad y su
música, se extendían por el universo, generando una fascinación inmensa.
Gaia era la sirena de los cielos y estas almas de Sirio eran el Ulises
de los mares galácticos.
Su
esencia cristalizó en los campos tridimensionales de la realidad
terrenal, dando unos homínidos muy altos y radiantes, de anatomía y
estructura muy parecidas a las humanas... pero claramente no humanas. Su
rasgo diferenciador más evidente, eran sus grandes campos áuricos, que
emanaban visiblemente varios metros más allá de sus cuerpos físicos.
Estas
envolturas externas, eran como un recubrimiento delicado, absolutamente
blanco y translúcido, de modo que para los nativos parecían hadas o
seres encantados, y así fueron percibidos durante muchos siglos de su
existencia en la esfera terráquea.
Tenían
unos enormes ojos brillantes de color índigo, su pelo era de un luminoso
blanco-dorado, y sus cuerpos de casi tres metros de altura, eran finos,
delicados y flexibles. Los Yzhnüni resonaban preferentemente con el
elemento agua, porque en su planeta había agua abundante, como en otros
satélites naturales del sistema de Sirio.
Para
mantener la frecuencia gaiana, se los germinaba en las tierras altas del
continente atlante, porque allí había innumerables cuevas y grutas, en
las que podían encontrar la calidez y la humedad que mejor imitaban su
entorno natural, al tiempo que los protegían de la radiación emitida por
los poderosos rayos de vuestra Deidad Solar.
Era el
terreno que más les recordaban los campos cristalinos de Yzhnüni. En su
primera aparición sobre la Tierra, los Yzhnüni tenían una frecuencia
vibratoria tan alta, que no podían mantener la forma en la densidad de
vuestro campo planetario, y tampoco eran capaces de aguantar ningún
contacto con los rayos que emanaban directamente del Sol.
Para
los observadores, parecería que ellos surgían y desaparecían de la
realidad y, evidentemente, salían del mundo de la materia y volvían
repetidamente a la sexta dimensión, hasta que finalmente fueron capaces
de mantener la frecuencia tridimensional.
Sus
capas externas no contenían ninguno de los pigmentos necesarios para
protegerlos de los dañinos rayos ultravioleta, por lo que, durante
aquellos primeros días de su migración, permanecían bajo tierra en las
horas de sol.
Con el
tiempo, a medida que estos hijos de Sirio enraizaban en la realidad
tridimensional, sus cuerpos físicos empezaron a hacerse más densos, y se
adaptaron a las condiciones geotérmicas de la Tierra y a su relación
con el Sol, que una vez más volvía a brillar con fuerza a través de la
atmósfera terráquea. Sus cuerpos se hicieron sólidos y resistentes, su
piel se volvió más opaca, y su color fue tomando tonos más profundos,
una cualidad algo menos translúcida.
La conciencia divina de los Yzhnüni era simple y pura, porque (como almas evolucionadas en estado de retrogradación)
entendían su propia divinidad tal como reconocían al Creador en los
elementos, y sus rituales celebraban su conexión con las energías
primordiales.
Los
enclaves de poder, los altares gaianos, se centraban en torno a esos
puntos donde los cuatro elementos del planeta interactúan: esos lugares
donde el magma volcánico erupcionaba desde debajo de los mares
congelados, y después, volviendo a caer sobre sí mismo, elevaba nuevas
tierras en el paisaje siempre cambiante.
Observar
el fuego de la tierra fundida, el vapor, el abrazo refrescante del mar,
y el endurecimiento del magma que producía las rocas, era el más
sagrado de los rituales, porque allí estaban presentes la totalidad de
las Diosas de la vida terrenal, tal como se entendían en aquella época
de la experiencia gaiana.
Además,
el proceso de cristalización —pasar de vapor a líquido, de magma a
piedra— evocaba en ellos el recuerdo de su hogar ancestral (un lugar de terreno cristalino y aguas vaporosas)...Les recordaba su propósito superior:El
compromiso del alma de retornar al reino material, para plasmar su
ideal espiritual de ayudar a la evolución del planeta Tierra.
Allí,
en los primeros templos de la Atlántida, los hijos estelares de Sirio,
integraron por primera vez la nota ancestral de la música del alma
siriana, el wam, con el ritmo pulsante de Gaia, y se realizó la
fusión... que debía ser transmitida y recordada a lo largo del tiempo.
Ese
sonido, esa vibración primordial de frecuencias armónicas wam, ha
mantenido los portales abiertos desde el nacimiento de la civilización
en vuestro planeta. Sin embargo, vosotros, los occidentales, aún no
conocéis el poder de las frecuencias sónicas.
Os
pedimos que consideréis, con el debido detenimiento, que los Guardianes
de las Frecuencias —los tibetanos, los aborígenes australianos, los
nativos americanos— han sido expulsados sistemáticamente de sus tierras
sagradas. Allí, en su medio ambiente natal, tomaban fuerza de la tierra,
resonando con las frecuencias de sus campos nativos.
Su
memoria ancestral de los sonidos, ha ayudado a mantener el planeta en
equilibrio, y nos preguntamos si reconocéis en su lenta exterminación,
las ondas de desarmonía que han contribuido a la devastación que ahora
os rodea.
Las
generaciones posteriores de Yzhnüni, que emigraron de los climas fríos a
las zonas más templadas del continente, aún necesitaban protección de
los rayos ultravioleta del sol. Por este motivo buscaron abrigo y
protección en las cuevas y pasadizos característicos de los terrenos
abruptos, con sus grandes lagos y ríos subterráneos.
Allí,
pronto descubrieron altas cuevas de cuarzo y los fértiles valles de las
mesetas, que les ofrecían el entorno más adecuado de la Tierra. Hacia la
mitad del tercer ciclo de la civilización atlante, todos ellos ya se
habían asentado en esas áreas del continente, y vivían dentro de las
cuevas de cristal, rodeadas por redes de pasadizos subterráneos... un
laberinto interminable de túneles, grutas y cavernas.
A
partir de esta aparición relativamente breve de los seres de Sirio en la
cultura atlante, circularon muchos mitos entre las tribus indígenas:
Historias de «hadas» que brillaban en la oscuridad, iluminando los
bosques y picos montañosos de la Atlántida. Sin embargo, cualquier
intento por parte de los nativos de acercarse a los Yzhnüni, hacía que
desaparecieran en el aire, saliendo del mundo material hacia los planos
astrales.
Uno
puede imaginarse, el asombro y la maravilla que su presencia debe de
haber provocado en un entorno tribal centrado en la supervivencia, una
fascinación revitalizada por los druidas de vuestro último milenio, y
por la reaparición del culto Wicca en vuestra era moderna.
Continuará….
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