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Adán y Eva Por: el Dr Miguel Ruíz
La historia desde un punto diferente
Una
preciosa y antigua leyenda, que casi todo el mundo ha escuchado, es la
historia de Adán y Eva. Es una de mis historias preferidas, porque
explica de un modo simbólico lo que yo intentaré explicar con palabras.
La historia de Adán y Eva está basada en la verdad absoluta, aunque
nunca la entendí de niño. Es una de las más grandes enseñanzas, pero
creo que la mayoría de la gente la comprende mal. Ahora te explicaré
esta historia desde un punto de vista diferente, quizá desde el mismo
punto de vista de quien la creó.
La
historia tiene que ver contigo y conmigo. Trata de nosotros. Trata de
toda la humanidad porque, como bien sabes, la humanidad no es más que un
ser vivo: hombre, mujer. Sólo somos uno. En esta historia nos llamamos
Adán y Eva y somos los seres humanos originales.
La
historia empieza cuando éramos inocentes, antes de haber cerrado
nuestros ojos espirituales, lo que significa miles de años atrás.
Vivíamos en el Paraíso, En el jardín del Edén, que era el cielo en la
Tierra. El cielo en la Tierra. El cielo existe cuando nuestros ojos
espirituales están abiertos. Es un lugar lleno de paz y dicha, de
libertad y amor eterno.
Para
nosotros- Adán y Eva- todo estaba relacionado con el amor. Nos amábamos
y nos respetábamos mutuamente y vivíamos en perfecta armonía con toda
la creación. Nuestra relación con Dios, nuestro Creador, era una
comunión perfecta de amor, y esto significa que nos comunicábamos con
Dios todo el tiempo y Dios se comunicaba con nosotros. Tenerle miedo a
Dios, el mismo que nos creó, era algo inconcebible. Nuestro Creador era
un Dios de amor y de justicia, y depositábamos nuestra fe y nuestra
confianza en él. Dios nos brindó una libertad completa, y nosotros
utilizábamos nuestro libre albedrío para amar a toda la creación y
disfrutar de ella. La vida era bella en el Paraíso. Los seres humanos
originales lo veíamos todo a través de los ojos de la verdad, tal y como
es, y lo amábamos. Así es como solíamos ser, y no nos costaba el menor
esfuerzo.
Bien,
la leyenda dice que en medio del Paraíso había dos árboles. Uno era el
Árbol de la Vida, que daba vida a todo lo que existía, y el otro era el
Árbol de la Muerte, más conocido como el Árbol del Conocimiento. Éste
era un árbol precioso con un fruto muy jugoso. Resultaba muy tentador. Y
Dios nos dijo: No se acerquen al Árbol del Conocimiento. Si comen su
fruto, podrán morir>>.
Ningún
problema, por supuesto. Pero, por naturaleza, nos encanta explorar, e
indudablemente fuimos a visitar el árbol. Si recuerdas la historia, ya
puedes adivinar quién vivía en aquel árbol. El Árbol del Conocimiento
era el hogar de una gran serpiente llena de veneno. La serpiente no es
más que otro símbolo de lo que los toltecas denominan el Parásito, y
puedes imaginarte por qué.
La
historia dice que la serpiente que vivía en el Árbol del Conocimiento
era un ángel caído que anteriormente había sido el más bello. Como ya
sebes, un ángel es un mensajero que entrega un mensaje de Dios: un
mensajero de verdad y de amor. Pero, quién sabe por qué razón, aquel
ángel caído ya no entregaba la verdad, lo que significa que transmitía
un mensaje falso. En lugar del amor, el mensaje del ángel caído era el
miedo; era una mentira en lugar de la verdad. De hecho, la historia
describe al ángel caído como el Príncipe de las Mentiras, y esto quiere
decir que era un mentiroso sempiterno. Todas las palabras que salían de
su boca eran mentiras.
Según
la historia, el Príncipe de las Mentiras vivía en el Árbol del
Conocimiento, y su fruto de ese árbol, que era el conocimiento, esta
contaminado por las mentiras. Nos acercamos a aquel árbol y mantuvimos
la conversación más increíble con el Príncipe de las Mentiras. Éramos
inocentes. No lo sabíamos. Confiábamos en todos los seres. Y allí estaba
el Príncipe de las Mentiras, el primer cuentista, un tipo muy
inteligente. Ahora la historia cobra un poco más de interés porque
aquella serpiente tenía una historia propia completa.
Aquel
ángel caído hablaba y hablaba y hablaba, y nosotros escuchábamos y
escuchábamos y escuchábamos. Como bien sabes, cuando somos niños y
nuestros abuelos nos cuentan cuentos, estamos ansiosos por escuchar todo
lo que nos explican. Aprendemos, y resulta muy interesante; queremos
saber más. Pero en este caso quien hablaba era el Príncipe de las
Mentiras. Sin ningún lugar a dudas estaba mintiendo, y nosotros nos
dejamos seducir por las mentiras. Creímos la historia del ángel caído, y
ése fue nuestro error más grande. Eso es lo que significa comer el
fruto del Árbol del Conocimiento. Estuvimos de acuerdo y tomamos su
palabra como la verdad. Creímos en las mentiras; depositamos nuestra fe
en ellas.
Cuando
mordimos la manzana, comimos las mentiras que venían con el
conocimiento. ¿Qué ocurre cuando nos comemos una mentira? Nos la creemos
y ¡boom! Ahora la mentira vive en nosotros. Esto es fácil de
comprender. La mente es un campo muy fértil para los conceptos, las
ideas y las opiniones. Si alguien nos dice una mentira y nos la creemos,
esa mentira echa raíces en nuestra mente. Ahí puede crecer hasta que se
hace grande y fuerte, como un árbol. Una pequeña mentira puede ser
contagiosa, desparramando sus semillas de una persona a otra cuando la
compartimos con ellas. Bien, las mentiras entraron en nuestra mente y
reprodujeron un Árbol del Conocimiento entero en nuestra cabeza, que es
todo lo que conocemos. Pero, ¿qué es lo que conocemos? Mayormente
mentiras.
Es
Árbol del Conocimiento es un símbolo poderoso. La leyenda dice que
quienquiera que coma el fruto del Árbol del Conocimiento sabrá la
diferencia entre lo que es correcto y lo que no lo es, lo que es bello y
lo que es feo. Reunirá todo ese conocimiento y empezará a juzgar.
Bueno, eso es lo que ocurrió en nuestra cabeza. El simbolismo de la
manzana es que cada concepto, cada mentira, es igual que un fruto con
una semilla. Cuando ponemos una semilla en una tierra fértil, la semilla
del fruto crea otro árbol. Ese árbol reproduce más frutos, y por el
fruto conocemos el árbol.
Ahora,
cada uno de nosotros tiene su propio Árbol col Conocimiento, que es
nuestro sistema personal de creencias. El Árbol del Conocimiento es la
estructura de todo lo que creemos. Cada concepto, cada opinión forma una
pequeña rama de ese árbol, hasta que acabamos con un Árbol del
Conocimiento entero. Tan pronto como ese Árbol toma vida en nuestra
mente, oímos al ángel caído habla muy alto. El mismo ángel caído, el
Príncipe de las Mentiras, vive en nuestra mente. Desde el punto de vista
tolteca, un Parásito vivía en ese fruto; nos lo comimos, y el Parásito
entró en nosotros. Ahora el Parásito está viviendo nuestra vida. El
cuentista, el Parásito, nace en nuestra cabeza y sobrevive dentro de
ella porque lo alimentamos con nuestra fe.
La
historia de Adán y Eva explica cómo la humanidad cayó del sueño del
cielo al sueño del infierno; nos explica de qué modo nos convertimos en
lo que somos ahora. La historia normalmente dice que sólo dimos un
mordisco a la manzana, pero esto no es verdad. Creo que nos comimos todo
el fruto de aquel árbol, y nos pusimos enfermos al hartarnos de
mentiras y veneno emocional. Los seres humanos se comieron todos los
conceptos, todas las opiniones y todos los cuentos que nos explicó el
mentiroso, aun cuando no era la verdad.
En
aquel momento, nuestros ojos espirituales se cerraron y ya no pudimos
ver el mundo con los ojos de la verdad. Empezamos a percibir el mundo de
una manera completamente diferente, y todo cambió para nosotros. Con el
Árbol del Conocimiento en la cabeza, sólo podíamos percibir el
conocimiento, sólo podíamos percibir las mentiras. Ya no vivíamos más en
el cielo, porque no hay lugar para las mentiras en el cielo. Así es
como los seres humanos perdimos el Paraíso. Soñamos mentiras. Creamos el
sueño entero de la humanidad, individual y colectiva mente, basándonos
en mentiras.
Antes
de que los seres humanos nos comiéramos el fruto del Árbol del
Conocimiento, vivíamos en la vedad. Sólo decíamos la verdad. Vivíamos
con amor y sin miedos. Tras comernos el fruto, nos sentimos culpables y
avergonzados. Nos juzgamos a nosotros mismos diciéndonos que ya no
éramos lo bastante buenos, y por supuesto, juzgamos a los demás del
mismo modo. Con el juicio vino la tendencia a tener opiniones opuestas,
la separación, y la necesidad de castigar y ser castigados. Por vez
primera dejamos de tratarnos con amabilidad, dejamos de respetar y amar
todo lo que Dios había creado. Empezamos a sufrir y a culparnos a
nosotros mismos, a los demás e incluso a Dios. Dejamos de creer que Dios
era todo amor y justicia; creímos que Dios nos castigaría y nos haría
sufrir. Era una mentira, pero la creímos, y nos separamos de de Dios.
Desde
este punto, resulta más fácil entender cuál es el significado del
pecado original. El pecado original no es el sexo. No, eso es otra
mentira. El pecado original es creer en las mentiras provenientes de la
serpiente del árbol, del ángel caído. El significado de la palabra
pecado es obrar en contra>>. Todo lo que decimos, todo lo que
hacemos en contra de nosotros es un pecado. Pecar no tiene nada que ver
con la culpa o la condena moral. Pecar es creer en mentiras y utilizar
esas mentiras en contra de nosotros. Desde ese primer pecado, desde esa
mentira original, nace el resto de nuestros pecados.
¿Cuántas
mentiras oyes en tu cabeza? ¿Quién está juzgando, quién está hablando,
quién tiene todas esas opiniones? Si no amas es porque era voz no te
deja amar. Si no disfrutas de tu vida es porque esa voz no te permite
disfrutar de ella.
Y
no sólo eso: el mentiroso que está en nuestra cabeza siente la
necesidad de expresar todas esas mentiras, de explicar su historia.
Compartimos el fruto de nuestro Árbol con los demás, y dado que ellos
tienen el mismo tipo de mentiroso, nuestras mentiras se unen y se
vuelven más poderosas. Ahora odiamos más. Ahora hacemos más daño. Ahora
defendemos nuestras mentiras y nos convertimos en seguidores fanáticos
de nuestras mentiras. Los seres humanos incluso nos destruimos los unos a
los otros en nombre de esas mentiras. ¿Quién está viviendo nuestra
vida? ¿Quién está tomando nuestras decisiones? Creo que la respuesta es
obvia.
Ahora
sabemos qué está sucediendo en nuestra cabeza. Es cuentista está ahí;
es la voz en nuestra cabeza. Esa voz habla y habla y no deja de hablar, y
nosotros escuchamos y escuchamos y nos creemos cada palabra. Esa voz
juzga sin cesar. Juzga cualquier cosa que hagamos, cualquier cosa que no
hagamos, cualquier cosa que sintamos, cualquier cosa que no sintamos,
cualquier cosa que alguien haga. Está chismorreando continuamente en
nuestra cabeza y ¿qué es lo que surge de esa voz? Mentiras
principalmente mentiras.
Esas
mentiras captan nuestra atención, y lo único que somos capaces de ver
son mentiras. Ésa es la razón por la cual no vemos la realidad del cielo
que existe en este mismo lugar, en este mismo momento. El cielo nos
pertenece porque somos los hijos del cielo. La voz en nuestra cabeza no
nos pertenece. Cuando nacemos no tenemos esa voz. La voz en nuestra
cabeza surge después de aprender: en primer lugar el lenguaje, después
diferentes puntos de vista, más tarde todos los juicios y las mentiras.
Incluso cuando aprendimos a hablar, sólo decíamos la verdad. Pero, poco a
poco, el Árbol del Conocimiento entero se va programando en nuestra
cabeza, y con el tiempo, el gran mentiroso domina el sueño de nuestra
vida.
Como
ves, en el momento en que nos separamos de Dios, empezamos a buscarlo.
Por primera vez empezamos a buscar el amor que creímos que no teníamos.
Empezamos a buscar la justicia, la belleza, la verdad. La búsqueda
empezó hace miles de años, y los seres humanos todavía seguimos buscando
el paraíso que perdimos. Buscamos ser lo que éramos antes de creer en
las mentiras: auténticos, verdaderos, amorosos, dichosos. La verdad es
que estamos buscando nuestro Yo.
Sabes,
lo que Dios nos dijo era verdad: si comemos el fruto del Árbol del
Conocimiento, podemos morir. Nos lo comimos y estamos muertos. Estamos
muertos porque nuestro yo auténtico ya no está ahí. El que está viviendo
nuestra vida es el gran mentiroso, el Príncipe de las Mentiras, esa voz
en nuestra cabeza. Lo denominas pensar. Yo lo denomino la voz del
conocimiento.
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