viernes, 25 de mayo de 2012
DE: YOHANA GARCÍA ... "FRANCESCO - NACER es TODO un TRABAJO PARA QUIENES SE ANIMAN A HACERLO" ... 3a Parte ...
Francesco
Nacer es todo un trabajo para quienes se animan a hacerlo.
Cada
Espíritu que se anima a ser gestado sabe que al querer vivir va a tener
muchas ganas de querer lograr cosas, porque estará colmado de
Esperanzas.
También para entretenerse mantendrá activos los defectos con los que va a lidiar el resto de sus vidas.
Por lo menos con sus pequeños o grandes defectos mantendrá entretenidos a los que lo rodean.
Tú ya tienes la felicidad de estar en la aventura de la vida.
Y el
Francesco ése, el de antes, ahora convertido en Luz. Una luz de
esplendor, amor e inocencia, bajó planos, recorrió con cierta rapidez
cada uno de ellos. Mientras avanzaba en su descenso, el Cielo iba
cambiando de aromas, de perfumes, de cantos, de coros angélicos y
huestes celestiales.
Y él fue en busca de esa energía que emanaban los padres que él había elegido tener.
El espíritu de Francesco había merodeado durante dos años el bonito cuerpo de su madre.
Él entró uniéndose al cuerpo de su progenitora.
Pero
luego una fuerza, una fuerza inmensa, lo tiró hacia arriba. En segundos
volvió a estar en el mismo lugar del Cielo y hasta con el mismo Maestro
que le había dado tan cariñosa dependida.
Ya en la Tierra habían pasado tres meses. —¿Qué haces nuevamente aquí?
—Pues no lo sé, creo que hice algo mal. Estoy en el Cielo nuevamente, ¿No es así?
—Claro
que lo estás… pero quédate tranquilo, volverás a la Tierra. Es que
algunas veces el sistema de nacer falla. Tienes que hacerlo con mucha
más lentitud, a veces se necesita un poco de paciencia. Volverás a
entrar, pero ¡¡Hazlo con ganas!!
—¡Es que lo hice con ganas, me gustó hacerlo!
—Por
eso mismo te lo digo. Cuando entraste al cuerpo de tu madre con tantas
ganas, sin querer lo hiciste de un modo brusco y entonces el cuerpo de
tu madre no soportó tanta energía y abortó el espíritu. Ahora tienes una
nueva oportunidad, así que vete, ya es hora.
—Está bien, lo intentaré nuevamente. ¡Adiós Maestro!
—Adiós, mí querido Francesco.
Francesco
entró, por fin, al cuerpo de su madre, y se quedó calientito nueve
meses, a veces con ganas de estirarse. Otras veces podía atisbar un poco
la Luz del sol, pero tuvo que armarse de paciencia para esperar las
nueve lunas hecho un ovillo. Unas veces dormía, y otras sentía que el
lugar lo iba apretando, ya no veía la hora de nacer para conocer a su
madre, quien junto a él le mostraría la vida.
El bebe en algunos momentos podía escuchar las voces de sus padres.
Amaba
el latido del corazón de su madre y a medida que iba creciendo en el
vientre, el lugar le iba quedando más pequeño, y él pateaba con sus
piernitas y sus piecitos, recién terminados por la sabiduría de las
células perfectas creadas por el Gran Padre.
Había
momentos agradables, como cuando se colocaba un dedo en la boca y sus
manos le parecían mágicas y divertidas, pero de vez en cuando una luz le
molestaba.
Después
pudo darse cuenta que esa molestia la causaban las benditas ecografías,
donde sus padres podían espiarlo. Algo que él también hubiera querido
hacer, pero todavía no se ha inventado máquina alguna que ayude a los
bebés a curiosear a sus padres.
—¿Cómo
será nacer? —se preguntaba el bebé—. ¿Por qué no habré elegido ser
mujer? Ese detalle se me pasó por alto —pensaba la conciencia del bebé—.
¿Será que estos papas necesitan un varón?, ¿será que en mi próxima vida
elegiré ser mujer? ¡Ellas son lo más bendito que existe en la Tierra!
Y
pasaron las nueve lunas, los nueve meses de espera, esa expectativa que
en los últimos días se hace eterna. Él empezó a sentir que el lugar que
lo cobijaba ya le estaba dando la despedida. Las contracciones del útero
empezaron a empujar su cuerpecito y en la bolsa que lo cobijaba ya no
estaba ni siquiera su agüita calientita que lo acariciaba.
Alguien
lo tomó con un guante, le torció un poco la cabeza, y eso dolió.
Segundos después se vio tomando su primer respiro, y a pesar de que la
otra mano del guante le dio un golpecito en el trasero, él sólo atinó a
reír. Hacía mucho frío donde estaba, pero la temperatura no
obstaculizaba su sensación de inmensa felicidad. Su amorosa madre lo
abrazó y él sin poder ver con claridad creyó advertir lágrimas de
alegría en ella. Estar en los brazos de la madre era tener la misma
sensación que estar flotando en el Cielo.
¡Hay
tantas formas de estar en el Cielo mientras estás en la Tierra!, le
había dicho una vez un Maestro del Cielo al Alma de Francesco.
Y en
las salas de partos y en los quirófanos, los Ángeles asisten, como el
Arcángel Rafael, que hace símbolos en los vértices de las paredes para
proteger el cuerpo del recién nacido.
Cuando
un bebé nace, los Ángeles que están en la sala de partos aplauden y
bailan entre ellos. Mariposas celestiales aletean alrededor de los
angelitos. Los duendes de la Madre Tierra saltan encima de la camilla
sin que nadie se dé cuenta. Un libro dorado salta de las bibliotecas
sagradas y se abre en la primera página. Y ahí se empieza a armar el
primer capítulo. Cuando el bebé toma el primer respiro, Dios le tira un
beso.
También
mientras alguien está naciendo, en algún otro lado alguien se va. Pero
el que se va también se va de fiesta, y en el túnel de Luz todos se
cruzan yendo y viniendo, tomados de las alas de los Arcángeles. Andan
saltando, riendo felices de atravesar una y otra vez el espacio del
tiempo. Porque vivir es maravilloso, estés donde estés, y si alguno de
estos bebés que nacen decide irse apenas salió de su mamá, también se va
riendo.
Entonces, ¿para qué temer?
En eso un Ángel acarició la mollerita del bebé diciéndole: —Bienvenido a la fiesta de la vida.
Ahora empezaba la aventura de Agustín, así sería como lo llamarían sus padres.
El
Francesco que había muerto enojado, que había vivido experiencias
maravillosas en el Cielo siendo alma, ahora tenía un cuerpecito y una
memoria prodigiosa, en la cual recordaría cada suceso y enseñanza del
Cielo.
Agustín
fue creciendo en una casa llena de amor, situada en una pequeña aldea
del Sur de Italia. Su hogar estaba enclavado en lo alto de una colina.
Su casa tenía un gran jardín, lo visitaban mariposas, pajaritos y el sol
iluminaba cada rincón de su hogar. La casa, pequeña y acogedora,
despedía el aroma de sus comidas y postres preferidos.
Su
madre era una mujer callada, exigente, cariñosa y muy poco alegre. Su
carácter tendía a ser melancólico. Ella repetía una y Otra vez que no
quería esa casa porque le resultaba alejada de todo el resto de la
gente.
Su
padre era un hombre trabajador, medio quedado en sus ambiciones, que
trabajaba en el campo haciendo diversas tareas para el dueño, que
siempre le mandaba algún regalito usado para su amado hijo Agustín. Y
ante ese regalo que el recibía como un tesoro, su padre decía:
—La
basura de algunos es tesoro de otros —como enojado por no contar con los
medios para darle a su hijo el mismo regalo pero sin estrenar.
La
relación familiar era armoniosa y muy rutinaria. Siempre se realizaban
los almuerzos a la misma hora, ni un minuto antes ni después. En las
noches, la familia se dormía a la misma hora, y los fines de semana se
hacían siempre los mismos paseos.
Agustín ni siquiera tenía amigos, y anhelaba tener un hermano para compartir sus juegos, pero ese hermano jamás llegó.
Llegado
el momento, Agustín empezó a asistir al jardín de niños. Fue toda una
experiencia, no le gustaba. Él sólo quería jugar con sus amigos
imaginarios en el jardín de su casa, le gustaba inventar historias y
creérselas. Amaba la naturaleza, las flores y entre ellas las rosas. En
los frondosos rosales que cuidaba su madre, él se entretenía escondiendo
juguetes como si fuera un lugar secreto, y luego los iba a buscar con
la alegría de encontrarlos acompañado por algún insecto, a los cuales
incluía en sus juegos como otro juguete más. Las rosas le hacían
recordar algo muy dulce que le había ocurrido en algún momento del
pasado, pero no podía recordar que.
En el
jardín de niños no había juego que lo entusiasmara, trataba de portarse
bien pero siempre hacía algo que terminaba en un reporte de la maestra a
la madre.
Su
mamá, Mónica, decía que él era caprichoso e introvertido, pero con un
corazón muy noble, y en el fondo muy bueno. Al niño, lo de caprichoso no
le gustaba mucho, pero interpretaba que él era bueno cuando estaba en
el jardín atrás de su casa, porque no molestaba.
Una vez
escuchó a su madre decirle a una vecina que estaba preocupada por él,
porque su niño era algo raro, que andaba demasiado tiempo hablando solo,
y que a veces hacía comentarios extraños, sobre cosas incomprensibles
para ella.
A
Mónica, lo que más le preocupaba eran las horas que su hijo se quedaba
mirando hacia el Cielo, hipnotizado por el color del firmamento y el
pasar de las nubes.
—Dice
que habla con su Ángel —le comentó la madre a su vecina—. Nunca le hemos
hablado de Ángeles, ¿será normal? —expresó Mónica a Marta, su única
amiga.
—No sé,
Mónica, el niño está demasiado solo, quizás debas mudarte, encontrarle
amigos… Tienes que tener cuidado, esta etapa de su vida es primordial
para su personalidad.
Después
de escuchar esa conversación, Agustín se juró ser sólo un niño más. Ya
no contaría nada de su Ángel, al que él llamaba Aniel, y no miraría al
Cielo ante otros con tanta insistencia como lo venía haciendo hasta
ahora, sólo lo seguiría mirando disimuladamente. Él sólo quería saber si
desde el jardín de su casa llegaría a ver alguna señal de los Cielos
que había conocido mientras era tan sólo un alma. Sólo era un poco de
curiosidad. No creía estar haciendo algo malo, como para causarle tanta
preocupación a su madre.
—¡Pero el mundo de los mayores y el de los niños son tan diferentes! —pensó Agustín.
Lo que
Agustín no sabía era que desde arriba lo observaban, lo tenían muy
presente. Los Maestros Celestiales sabían muy bien que él no sería un
Alma común, aunque ninguna lo es. A él en su vida anterior no le gustaba
cumplir años, pero los Maestros le enseñaron que el día de nacimiento
de cada persona es sagrado y como tal habría que festejarlo.
Así que
en esta vida esperaba con ansias su cumpleaños. El día 5 de febrero
sería el cumpleaños del niño. Él en esta vida soñaba con una gran
fiesta, pero toda su familia eran tan solo ellos tres. El resto estaba
viviendo en España. Su cumpleaños lo festejaría también con sus
compañeros del colegio, aunque eran sólo compañeros.
Agustín
iba por su octavo cumpleaños, no sabía por qué, pero éste sería un año
importante para él. Siempre llovía para su cumpleaños, la lluvia se
convertía en nieve que siempre terminaba tapando los caminos, lo que
hacía imposible que pudieran llegar a su casa.
La
comida estaba preparada, la leche en jarras de vidrio con muñecos de
Mickey, chocolates y dulces, algunos sándwiches y gaseosas. Al lado de
la chimenea las bolsitas con los juguetes de suvenir, Jugarían a algo,
lo que sea, y lo más probable es que se quedaran dentro de la casa
porque en el jardín el frío congelaría a sus amigos.
Agustín
esperó ansioso todo el día a que llegara la hora indicada para empezar
con el festejo, pero la primera hora pasó y la segunda también sin que
llegara nadie.
Otra
vez la nieve, los llamados de felicitaciones y las disculpas de las
ausencias, todas hechas por los respectivos padres de sus compañeros
mientras éstos, enojados con el mal tiempo, insistían en ir a saludar a
ese compañero tan singular que se hacía querer apenas lo conocías.
Agustín no dijo una sola palabra, comió, miró la televisión y sus padres le cantaron su feliz cumpleaños.
Agustín
terminó de darle el soplido a la última vela y comentó en voz muy baja:
—Un cumpleaños más, con ganas de festejarlo, sin amigos, y pensar que…
En
cuanto su madre buscó los cerillos para encender la vela y el padre fue
en busca de su cámara de fotos, Agustín colocó su anillo, el que llevaba
un círculo con el símbolo del Yin y el Yang.
—Y pensar…
—¿Y pensar que qué…? —preguntó su madre.
—Nada, mamá —contestó el niño—. Me voy a dormir, estoy cansado. ¡Maldito cumpleaños! —dijo, y pegó un portazo.
Llegó a
su habitación y se tiró en la cama a llorar desconsoladamente. “Y
pensar que en la vida anterior todos deseaban festejar mi cumpleaños
pero yo lo odiaba, ahora que lo quiero festejar no hay gente para
brindar. ¿Será que Dios le da pan a quién no tiene dientes?”.
Los
Maestros lo observaban, y decidieron festejarle ellos su día haciéndole
un hermoso regalo. De pronto a Agustín se le apareció su Ángel en los
pies de su cama. Era la primera vez que lo podía ver tan presente, tan
nítido, casi humano. Brincó de alegría, hasta podía tocarlo, toco sus
alas una y otra vez, lo acariciaba, él saltaba en la cama, lloraba de
alegría y le soplaba la cara a su Ángel Aniel, a ver si desaparecía,
pero el Ángel no se iba porque quería estar con su protegido.
Aniel
lo abrazó y le susurró al oído cuánto lo amaba. El abrazo de los dos se
perdía en el tiempo y en el espacio, un abrazo de amor intenso, a falta
de todos los abrazos que no pudieron darle sus compañeros de la escuela.
El Ángel lo soltó suavemente y le dijo:
—Agustín, mírate en el espejo, quiero que veas tu aura.
Agustín se secó las lágrimas, se bajó de la cama y caminó hacia el espejo que se encontraba dentro del closet.
Se miró y exclamó:
—¡Guau, estoy cubierto de una luz azulada! ¿Qué es esto?
—Eso
significa que eres un niño índigo, que tienes una Luz diferente a los
demás, que eres como otros niños que están naciendo en tu misma época.
Todos los de tu edad y algunos otros más grandes que tú, tienen el aura
de ese color.
—¿Y esto qué significa? Es que sigo sin entender.
—Significa
que vienes a cambiar las conciencias de otras personas, que mientras
duermes tu Alma viaja para encontrarse con otros niños como tú, y lo que
hacen entre todos es crear paz en este mundo. Pero no todo es de color
azul, hay algunos pequeños detalles que debes saber. Te costará poder
concentrarte en las tareas de la escuela que no te gusten, las reglas o
condiciones que te impongan te serán desagradables y deberás dominarte
para respetarlas, serás rebelde para los adultos. Debes intentar
comprender a tus padres, porque ellos no podrán entender tus
reacciones.
Te
gustará estar solo, amarás la música, el arte, el vértigo, eres y serás
sumamente intuitivo. Escucharás tu percepción y la razón luchará para
que vayas hacia la lógica, pero recuerda que no siempre el sentido común
tiene la razón. “La intuición tiene razones que la razón no entiende”.
Pasará
mucho tiempo hasta que vuelvas a verme, pero igualmente yo estaré
siempre contigo. Dime lo que necesitas y seré el mensajero de tus
pedidos más sentidos. Te escucharé siempre y te abrazaré cuando me lo
pidas. Sé que te sientes solo. Aún eres pequeño para ese sentimiento, a
veces lamento que desde el Cielo te hayamos dejado nacer sin pasar por
la Ley del Olvido. Quizás tendrías que vivir como cualquier otro niño,
con una vida más normal, no tan solitaria ni aburrida,
—Pero yo no me aburro —dijo Agustín refregándose los ojos mientras miraba el rosario que colgaba en la cabecera de su cama.
—¿Eres feliz? —preguntó el Ángel.
—No lo sé. Creo que soy raro, eso dicen mis padres y me lo estoy creyendo.
—¡Creencias!
Eso es lo que hacen los padres. Te dejan creencias. Algunas te servirán
para vivir y otras serán obstáculos para superar.
—De
cualquier modo, se qué no soy común. Todo me parece maravilloso, cada
amanecer, cada flor que sale del jardín, cada beso de mi mamá, o cada
salida con papá, pero…
Agustín
se olvidó de lo que iba a decir. Aniel esperó que terminara, pero
Agustín se olvidó de lo que iba a decir… sólo atinó a regalarle al Ángel
una sonrisa y a hacerle un pedido.
—Dile a Dios que lo amo y que lo seguiré amando eternamente, pase lo que pase en mi vida.
El Ángel le acarició su aura azulada y se quedó a su lado hasta que Agustín se quedó dormido.
Extracto de: "Francesco decide volver a nacer
De: Yohana Garcia
Siguiente: Francesco ~ Nadie cruza el puente antes de tiempo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.