jueves, 7 de marzo de 2013
DESVINCÚLATE DE LAS HERIDAS DE TU PASADO
por Waine Dyer
La inclinación
a vincularnos con nuestras heridas, en lugar de dejarlas atrás, hace
que experimentemos constantemente la sensación de no ser dignos. Una
persona que haya experimentado acontecimientos traumáticos en la vida,
como una violación sexual, la muerte de seres queridos, enfermedades
traumáticas, accidentes, rupturas familiares, drogadicciones y otras
cosas similares, puede llegar a vincularse con los dolorosos
acontecimientos del pasado y rememorarlos para llamar la atención o
despertar lástima en los demás. Esas heridas de nuestras vidas parecen
darnos una gran cantidad de poder sobre los demás. Cuanto más les
hablamos a otros sobre nuestras heridas y sufrimientos, tanto más
creamos un entorno de compasión por nosotros mismos. Nuestro espíritu
creativo permanece tan conectado con los recuerdos de nuestras heridas
que no puede dedicarse a transformar y manifestar. El resultado de ello
es la sensación de desmerecimiento, de no ser digno de recibir todo
aquello que se desea.
La tendencia a
vincularnos con las heridas de nuestras vidas nos recuerda lo poco
merecedores que somos de recibir nada de lo que realmente nos gustaría
tener, debido a que permanecemos sumidos en un estado de sufrimiento.
Cuanto más se recuerdan y se repiten estas historias dolorosas, tanto
más tiene garantizado esa persona que no atraerá la materialización de
sus deseos.
Quizá la frase más poderosa que
puedas llegar a memorizar en este sentido sea: «Tu biografía se
convierte en tu biología». A la que yo añadiría: «Tu biología se
convierte en tu ausencia de realización espiritual». Al aferrarte a los
traumas anteriores de tu vida, impactas literalmente sobre las células
de tu cuerpo. Al examinar la biología de un individuo, es fácil
descubrir en ella su biografía. Los pensamientos angustiosos, de
autocompasión, temor, odio y otros similares, cobran un peaje sobre el
cuerpo y el espíritu. Al cabo de un tiempo, el cuerpo es incapaz de
curarse, debido en buena medida a la presencia de esos pensamientos.
El
apego al dolor sufrido en los primeros años de la vida procede de una
percepción mitológica según la cual «tengo derecho a una infancia
perfecta, libre de dolor. Utilizaré durante el resto de mi vida
cualquier cosa que interfiera con esta percepción. Contar mi historia
será mi poder». Lo que hace esta percepción es darle permiso al niño
herido que llevas dentro para controlarte durante el resto de tu vida.
Además, te proporciona una fuerte sensación de poder ilusorio.
Tenemos
que ser muy cuidadosos para evitar explicar nuestra vida actual en
términos de una historia traumática anterior. Los acontecimientos
dolorosos de nuestras vidas son como una balsa que se utiliza para
cruzar el río. Debes recordar bajarte una vez que hayas llegado a la
otra orilla.
Observa tu cuerpo cuando has
sufrido una herida. Una herida abierta se cierra en realidad con
bastante rapidez. Imagina cómo serían las cosas si esa herida
permaneciera abierta durante mucho tiempo. Se infectaría y, en último
término, acabaría por matar a todo el organismo. El cerrar una herida y
permitir que cure puede actuar del mismo modo en los pensamientos de tu
mundo interior. Así pues, no lleves contigo tus heridas. Afróntalas y
pide a la familia y a los amigos que sean compasivos mientras te
recuperas. Luego, pídeles que te lo recuerden amablemente cuando se
convierta en una respuesta predecible. Quizá en cuatro o cinco ocasiones
tus amigos y personas queridas te dirán: «Sufriste una experiencia
trágica y comprendo perfectamente tu necesidad de hablar de ello. Me
importa, te escucho y te ofrezco mi ayuda si eso es lo que deseas».
Después de varias situaciones de este tipo, pídeles que te recuerden
amablemente que no debes repetir la historia con el propósito de obtener
poder a través de la compasión de los demás.
Al
retroceder en tu camino y reavivar continuamente tu dolor, incluyendo
la descripción de ese dolor y la calificación de ti mismo (superviviente
de un incesto, alcohólico, huérfano, abandonado), no lo haces para
sentirte más fuerte. Lo haces debido a la amargura que estás
experimentando. Esa amargura se pone de manifiesto en forma de odio y
cólera al hablar de esos acontecimientos, con lo que no haces sino
alimentar literalmente el tejido celular de tu vida a partir de tu
cosecha de acontecimientos del pasado. Eso hace que se extienda la
infección e impide la curación. Y lo mismo sucede con el espíritu. Esta
cosecha de amargura te impide sentirte merecedor. Empiezas a cultivar
entonces una imagen sucia, de criatura desafortunada, desmerecedora y
difamada, y eso es lo que envías al universo, lo que inhibirá cualquier
posibilidad de atraer el amor y la bendición a tu vida.
Aquello
que te permitirá desvincularte de tus heridas es el perdón. El perdón
es lo más poderoso que puedes hacer por tu fisiología y por tu
espiritualidad, a pesar de lo cual sigue siendo una de las cosas menos
atractivas para nosotros, debido en buena medida a que nuestros egos nos
gobiernan de un modo inequívoco. Perdonar se asocia de algún modo con
decir que está bien, que aceptamos el hecho perverso. Pero eso no es
perdón. Perdón significa llenarse de amor e irradiar ese amor hacia el
exterior, negándose a transmitir el veneno o el odio engendrado por los
comportamientos que causaron las heridas. El perdón es un acto
espiritual de amor por uno mismo, y envía a todo el mundo, incluido tú
mismo, el mensaje de que eres un objeto de amor y que eso es lo que vas a
impartir. En eso consiste el verdadero proceso de desvinculación de las
heridas, de no seguir aferrándose a ellas como preciadas posesiones.
Significa renunciar al lenguaje de la culpa y la autocompasión, y a no
seguir adelante con las heridas del pasado. Significa perdonar
íntimamente, sin esperar que nadie lo comprenda. Significa dejar atrás
la actitud del ojo por ojo, que sólo causa más dolor y la necesidad de
más venganza, sustituyéndola por una actitud de amor y perdón. Esta
forma de actuar es alabada en la literatura espiritual de todas las
religiones.
Sentirse digno es esencial para
poder atraer aquello que se desea. Es, simplemente, una cuestión de
sentido común. Si no tienes la sensación de merecer algo, ¿por qué te lo
va a enviar la energía divina que está en todas las cosas? Así pues,
tienes que cambiar y saber que tú y la energía divina sois una sola
cosa, y que es tu ego el que se confabula para impedirte utilizar este
poder en tu propia vida. A continuación se indican algunas de las
grandes actitudes y comportamientos que puedes incorporar a tu
conciencia para facilitar el crecimiento de tus sentimientos de
merecimiento.
UN PLAN QUE TE AYUDARÁ A VER QUE ERES DIGNO DE RECIBIR Y ATRAER DESDE LA FUENTE DIVINA
Las
siguientes sugerencias representan un plan paso a paso para
intensificar tu receptividad al poder de la manifestación en tu vida. Si
lo pones en práctica, no cabe la menor duda de que te sentirás digno de
la bendición del espíritu divino que lo abarca todo.
* La palabra «inspiración» significa literalmente «estar infundido de espíritu», o en el espíritu, si se quiere.
*
Practica hacer aquello que te guste, y procura que te guste lo que
haces cada día. Si vas a hacer algo, concédete el beneficio de no
quejarte y, en lugar de eso, muestra cariño por esa actividad. Tu lema
aquí ha de ser: «Me gusta lo que hago, y hago lo que me gusta». Eso te
sitúa «en el espíritu» y te proporciona literalmente el entusiasmo para
ser un receptor digno de la gracia de Dios. La palabra entusiasmo
procede de la raíz griega entheos, que significa, literalmente, «estar
lleno de Dios».
* Haz todos los esfuerzos
posibles por eliminar de tu vocabulario y de tu diálogo interior los
hábitos internos de pesimismo, negatividad, juicio, quejas,
murmuraciones, cinismo, resentimiento y crítica destructiva.
Sustitúyelos con optimismo, amor, aceptación, amabilidad y paz como
forma de procesar tu mundo y a las personas que hay en él.
*
Al margen de lo mucho que te sientas tentado de retroceder hacia
hábitos cínicos, recuerda que ésa es la energía que estás enviando al
mundo, y que con ello transmites un mensaje que bloquea la energía que
te devolverá lo que deseas. Si estás lleno de negatividad, te encuentras
desequilibrado y tus resentimientos indican que no te sientes digno o
preparado para aceptar la energía amorosa que deseas.
*
Procura encontrar cada día un momento de tranquilidad para erradicar
los sentimientos de indignidad. Ese tiempo de oración o meditación, o de
experimentar simplemente el silencio, alimentará tu alma y eliminará
finalmente todas las dudas que puedas abrigar acerca de no merecer el
ser beneficiario de la abundancia del universo.
*
Lee literatura espiritual y poesía, y escucha música clásica suave
siempre que te sea posible. He descubierto que el simple hecho de leer
la poesía de Walt Whitman, de Rabindranath Tagore o de Rumi, hace que
todo se sitúe en una perspectiva más sagrada para mí.
*
Leer las grandes enseñanzas de los maestros es como realizar una tarea
espiritual en casa. Entre ellas se incluyen el Nuevo Testamento, Curso
de milagros, la Torah, el Corán y el Bhagavad Gita. Estas grandes obras
son una forma de estar en el espíritu (inspirado) y de disolver las
dudas sobre si mereces o no materializar en tu vida aquello que deseas.
* Procura rodearte, en la medida de lo posible, de cosas bellas.
* Práctica la amabilidad para contigo mismo y para con los demás, con toda la frecuencia que te sea posible.
*
Abandona tu necesidad de tener razón y de ganar; en vez de eso, sé
amable, y pronto conocerás la bendición de la paz interior. Recuerda que
tu yo superior sólo desea paz. Al practicar la amabilidad, la paz
aparece inmediatamente. Al estar en paz contigo mismo y con tu mundo,
sabes que eres un digno receptor de todo lo que se cruza en tu camino.
Empiezas a confiar entonces en la energía que aporta la realización de
tus deseos.
* Sí te encuentras en un estado de
confusión y, en consecuencia, te preocupa ganar o perder, te hallas a
merced de tu propio ego, al que le encanta la confusión. Toda esa
confusión interna hace que te cuestiones a ti mismo y tu valía en
comparación con otros. Y eso trae consigo la duda acerca de si eres o no
digno de recibir y manifestar.
* Ponte la meta
de ser cada día amable con los demás, al menos una vez, y extiende ese
mismo privilegio hacia ti mismo, tanto como te sea posible. Siempre
tienes una alternativa acerca de cómo va a reaccionar tu espíritu. La
alternativa de la culpabilidad, la preocupación, el temor o el juicio no
es más que un pensamiento que se transfiere a tu fisiología. Cuando tu
yo físico se ve desequilibrado por estas emociones, te sientes demasiado
enfermo e infeliz como para pensar siquiera en participar en el acto de
la co-creación de una vida bienaventurada. Te saboteas a ti mismo, y
todo por la falta de voluntad para ser amable contigo mismo y con los
demás.
* Empieza a considerar el universo como
un lugar amistoso, antes que enemistoso. Sitúa en la categoría de
«lecciones» todas las heridas de las fases anteriores de tu vida. Deja
de verte condicionado por esas heridas y de convertirlas en un brazalete
identificativo.
* Desvincúlate de la actitud
de que este mundo es maligno, está lleno de gente mala, y empieza, hoy
mismo, a buscar el bien en la gente con la que te encuentres. Recuerda
que, por cada acto de maldad, hay millones de actos de amabilidad. Este
universo funciona con la energía de la armonía y el equilibrio. Inspira
para absorber esa energía y elimina de tu mente y tu corazón la idea de
que eres una víctima. Toda vinculación con tus traumas crea una
toxicidad celular en tu cuerpo y un envenenamiento espiritual de tu
alma. Repítelo una y otra vez, hasta que quede bien grabado:
«Soy
lo que soy, y soy digno de la abundancia que hay en el universo, y de
todo lo que hay en él, incluido yo mismo». Te encuentras ahora en el
camino de saber que eres merecedor de atraer y manifestar en tu mundo.
Eres consciente de tu yo superior. Confías en ti mismo y en la sabiduría
divina que te ha creado. Sabes que no estás separado de tu entorno, y
que dentro de ti existe el poder para atraer.
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