viernes, 19 de abril de 2013
BUTAN: El Reino de la Felicidad
El reino que quiso medir la felicidad
Pablo Guimón
¿Y
si los indicadores económicos no fueran suficientes para medir el
bienestar de una sociedad? Hace 35 años, en un aislado reino del
Himalaya, un carismático rey decidió que era más importante la felicidad
interior bruta que el producto interior bruto. Hoy, Bután es la
democracia más joven del mundo y el exótico campo de pruebas de uno de
los debates más interesantes del pensamiento económico global.
Detrás
de las grandes historias suele haber grandes personajes. Y nadie que
haya visitado su pequeño reino del Himalaya podrá negar ese calificativo
a Jigme Singye Wangchuck, cuarto rey de Bután, cuya aura misteriosa y
novelesca parece respirarse en cada uno de los hogares de este país del
tamaño de Suiza, con apenas 700.000 habitantes, al que el cuarto rey
convirtió el año pasado en la democracia más joven del mundo.
En
una semana en el país no fue posible escuchar una sola mala palabra
sobre Jigme Singye Wangchuck, educado en el Reino Unido, casado con
cuatro hermanas y padre de 10 hijos, uno de los cuales es el actual rey.
En cambio, el relato de sus virtudes se repite hasta el empalago. Que
si vive solo en una cabaña modesta. Que cuando la gente se ofreció a
construirle un castillo dijo que no, que emplearan el dinero y el tiempo
en levantar escuelas y hospitales. Que es compasivo, sabio, que lo
sacrificaría todo por su pueblo. Que acudió el primero a defender con
sus propias manos al país cuando hubo que luchar, en 2003, contra los
rebeldes separatistas de Assan, que cruzaban la frontera y se ocultaban
en los densos bosques de Bután para lanzar ataques contra la India.
"Para hacer nuestra Constitución, leímos la española una y otra vez. Es muy buena"
El 52% de los butaneses declaró sentirse "feliz"; el 45%, "muy feliz", y sólo un 3% dijo que no lo era
"Es un rey-dios. el único rey de la historia que merece ese apelativo. es como un Buda", dice una hermana de las cuatro reinas
Lo que medimos afecta a lo que hacemos.si los índices únicamente miden cuánto se produce, tenderemos sólo a producir más
"La cuestión es si el PIB es una buena medición del nivel de vida", se plantea el nobel Stiglitz
"No pretendemos enseñar nada. si el mundo cree que hay algo que aprender, son más que bienvenidos"
Es
un rey dios. El único rey de la historia de la humanidad que merece ese
apelativo. Muchos pueblos, por muchos motivos, han venerado a sus
mandatarios. Pero él es especial. Es una mente iluminada. Es como un
buda". Quizá no haya que ir tan lejos como Ashi Sonan Choden Dorji, de
41 años, la hermana pequeña de las cuatro reinas, que define así a su
cuñado, tomando té en el elegante salón de su casa a las afueras de la
capital. Pero podría aceptarse la palabra visionario si se tiene en
cuenta que el rey acuñó, hace 35 años, un término que hoy, en este
escenario del poscomunismo y del poscapitalismo salvaje, constituye el
centro de uno de los debates más interesantes que se están produciendo
en el pensamiento económico mundial. Un debate al que se han apuntado
premios Nobel como Joseph E. Stiglitz o Amartya Sen y líderes
occidentales como Nicolas Sarkozy o Gordon Brown.
El
2 de junio de 1974, en su discurso de coronación, Jigme Singye
Wangchuck dijo: "La felicidad interior bruta es mucho más importante que
el producto interior bruto". Tenía 18 años y se convertía, tras la
repentina muerte de su padre, en el monarca más joven del mundo.
No
fue un mero eslogan. Desde aquel día, la filosofía de la felicidad
interior bruta (FIB) ha guiado la política de Bután y su modelo de
desarrollo. La idea es que el modo de medir el progreso no debe basarse
estrictamente en el flujo de dinero. El verdadero desarrollo de una
sociedad, defienden, tiene lugar cuando los avances en lo material y en
lo espiritual se complementan y se refuerzan uno a otro. Cada paso de
una sociedad debe valorarse en función no sólo de su rendimiento
económico, sino de si conduce o no a la felicidad.
Dos
factores pueden explicar que esta especie de tercera vía de desarrollo
se haya llevado a la práctica precisamente aquí, en este aislado reino
del Himalaya. Por un lado, está su profunda raigambre en la filosofía
budista. Y por otro, el proverbial retraso de Bután en su apertura al
mundo. El lama reencarnado Mynak Trulku explica el primer factor: "La
felicidad interior bruta se basa en dos principios budistas. Uno es que
todas las criaturas vivas persiguen la felicidad. El budismo habla de
una felicidad individual. En un plano nacional, corresponde al Gobierno
crear un entorno que facilite a los ciudadanos individuales encontrar
esa felicidad. El otro es el principio budista del camino intermedio". Y
esto enlaza con el segundo factor, que explica Lyonpo Thinley Gyamtso,
ex ministro del Interior y de Educación: "Están los países modernos, y
luego está lo que era Bután hasta los años setenta. Medieval, sin
carreteras, sin escuelas, con la religión como única guía. Son dos
extremos, y la FIB busca el camino intermedio".
La
televisión llegó a Bután en 1999, al mismo tiempo que Internet. Thimpu
es hoy la única capital del mundo sin semáforos, y el aeropuerto
internacional cuenta con una sola pista. Ese retraso en la modernización
ha permitido a Bután, un pequeño país encajado entre los dos Estados
más poblados de la Tierra, la India y China, aprender de los errores de
otros países vecinos en vías de desarrollo que se han centrado
exclusivamente en el progreso económico.
El
concepto butanés de la felicidad interior bruta se sostiene sobre cuatro
pilares, que deben inspirar cada política del Gobierno. Los pilares
son: 1. Un desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo. 2. La
preservación y promoción de la cultura. 3. La conservación del medio
ambiente. 4. El buen gobierno. Para llevarlo a la práctica, el cuarto
rey creó en 2008 una nueva estructura institucional al servicio de esta
filosofía, con una comisión nacional de FIB y una serie de comités a
nivel local.
Lo que medimos afecta a lo que
hacemos. Si nuestros indicadores sólo miden cuánto producimos, nuestras
acciones tenderán sólo a producir más. Por eso había que convertir la
FIB de una filosofía a un sistema métrico. Y eso es lo que encomendó el
cuarto rey al Centro de Estudios Butaneses, que años después ha dado con
un índice para medir la felicidad.
La materia
prima es un cuestionario que responderán los ciudadanos butaneses cada
dos años. La primera encuesta se realizó entre diciembre de 2007 y marzo
de 2008. Un total de 950 ciudadanos de todo el país respondieron a un
cuestionario con 180 preguntas agrupadas en nueve dimensiones:
1. Bienestar psicológico.
2. Uso del tiempo.
3. Vitalidad de la comunidad.
4. Cultura.
5. Salud.
6. Educación.
7. Diversidad medioambiental.
8. Nivel de vida.
9. Gobierno.
Éstas
son algunas preguntas del cuestionario: "Definiría su vida como: a) Muy
estresante, b) Algo estresante, c) Nada estresante, d) No lo sé". "¿Ha
perdido mucho sueño por sus preocupaciones?". "¿Ha percibido cambios en
el último año en el diseño arquitectónico de las casas de Bután?". "¿En
su opinión, cómo de independientes son nuestros tribunales?". "¿En el
último mes, con qué frecuencia socializó con sus vecinos?". "¿Cuenta
usted cuentos tradicionales a sus hijos?".
Una
vez procesada la información de las encuestas, se determina en qué
medida cada hogar ha alcanzado la suficiencia en cada una de las nueve
dimensiones, estableciendo unos valores de corte. A cada indicador en el
que un hogar ha alcanzado o superado el valor de corte se le atribuye
un cero. Cuando el encuestado no ha llegado al valor de corte en un
indicador, se le resta el resultado al valor de corte y se divide la
resta por el propio valor de corte. Por ejemplo, si el límite de la
pobreza es 8 y el encuestado ha alcanzado 6, el resultado es (8-6) / 8 =
0,25.
Entonces, ¿cómo se determina quién es
feliz? Es feliz aquella persona que ha alcanzado el nivel de suficiencia
en cada una de las nueve dimensiones (0). ¿Y cómo se determina la
felicidad interior bruta? FIB = 1 - (la media del cuadrado de las
distancias respecto a los valores de corte).
Ya
tenemos, pues, el valor de la felicidad. Pero es sólo eso, un número. El
siguiente paso es comparar la FIB de los diferentes distritos.
Compararla a lo largo del tiempo. Descomponer el índice por dimensiones,
por géneros, por ocupaciones, grupos de edades, etcétera. Y así, la FIB
puede utilizarse como un instrumento para orientar políticas.
La
determinación por medir la felicidad nacida de aquel discurso de
coronación del cuarto rey de Bután puede verse como un caso pintoresco o
enternecedoramente naïf desde las potentes economías occidentales. Pero
la misma inquietud empieza a ocupar las agendas de influyentes
mandatarios y eminencias de la economía a nivel mundial. En febrero de
2008, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, creó la Comisión
Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso
Social, debido, en palabras de su director, el profesor de la
Universidad de Columbia y premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz,
"a su insatisfacción, y la de muchos otros, con el estado actual de la
información estadística sobre la economía y la sociedad" (EL PAÍS,
Negocios, 20 de septiembre de 2009). "El gran interrogante", proseguía
Stiglitz, "implica saber si el PIB ofrece una buena medición de los
niveles de vida". Y los resultados de la comisión, presentados el pasado
mes de septiembre, confirmaron las sospechas de Sarkozy: el PIB se
utiliza de forma errónea cuando aparece como medida del bienestar. Pero
también hay quien advierte de los riesgos de ampliar la variedad de
estadísticas económicas, que podría permitir a los Gobiernos agarrarse a
unas u otras a su antojo, en detrimento de la objetividad.
Bután
no debe ser (ni lo pretende) un ejemplo para otros Estados. Las
peculiaridades del país hacen su experiencia inexportable. Bután es una
de las economías más pequeñas del mundo, basada en la agricultura (a la
que se dedica el 80% de la población), la venta de energía hidráulica a
la India y el turismo. Y es un país altamente dependiente de la ayuda
externa. La tasa de alfabetización es del 59,5%, y la esperanza de vida,
62,2 años. Probablemente el concepto de FIB les suene a chino a las
remotas tribus de pastores nómadas del este, que se visten con pieles de
yak, practican una religión animista y ofrecen animales sacrificados a
sus dioses en las montañas. Y más aún a los 100.000 ciudadanos de la
minoría étnica nepalí que viven en campos de refugiados en Nepal desde
principios de los noventa, después de haber sido expulsados de Bután por
el Gobierno.
Pero en 2007 Bután fue la segunda
economía que más rápido creció en el mundo. La educación, gratuita y en
inglés, llega hoy a casi todos los rincones del país. En un estudio
realizado en 2005, el 45% de los butaneses declaró sentirse "muy feliz",
el 52% reportó sentirse "feliz" y sólo el 3% dijo no ser feliz. En el
Mapamundi de la Felicidad, una investigación dirigida por el profesor
Adrian White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006, Bután
resultó ser el octavo más feliz de los 178 países estudiados (por
detrás de Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y
Suecia). Y era el único entre los 10 primeros con un PIB per cápita muy
bajo (5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el español).
El
sol ilumina intensamente la ciudad de Thimpu este sábado por la mañana.
La vida transcurre sin prisa. Los puestos del mercado de verduras
ofrecen los ricos productos autóctonos. Hay deliciosos chiles rojos y
verdes, lustrosas berenjenas, compactas coles, tomates de árbol, decenas
de tipos de manzanas y arroz rojo del Himalaya. Hay orquídeas, una de
cuyas variedades se come, aportando una textura fibrosa y un sabor
amargo a los guisos de chile o de carne. Y hay nuez de areca que, untada
con lima y envuelta en hoja de betel, tiñe de rojo los dientes y los
escupitajos de los butaneses que la mastican, enganchados a su ligero
efecto narcótico. Un sustituto del tabaco, cuya venta está prohibida en
el país.
Unos jóvenes celebran un campeonato de
tiro con arco, el deporte nacional, y bailan y entonan canciones
tradicionales cuando su equipo acierta en la diana colocada a 145 metros
de distancia. Otros duermen después de divertirse hasta altas horas de
la noche en karaokes y clubes no muy diferentes de los que uno puede
encontrar en cualquier pequeña ciudad occidental. Thimpu tiene cierto
ambiente urbano, mitigado por el hecho de que, por ley, los edificios
deben construirse siguiendo determinadas reglas de la arquitectura
tradicional.
La mayoría de la gente, incluso
aquí en la ciudad, viste el atuendo tradicional butanés, que la ley
impone en determinadas áreas públicas, para reforzar la identidad
cultural butanesa (uno de los pilares de la FIB). El de los hombres es
un vestido de una sola pieza de tela que llega hasta las rodillas y se
ata con un cinturón. Las mujeres llevan un vestido hasta los tobillos.
En los actos oficiales, los hombres se ponen una gran bufanda, llamada
kabney, cuyo color indica el rango de la persona. Amarillo para el rey,
naranja para los ministros y otras selectas autoridades, azul para los
parlamentarios, blanco para el pueblo llano.
Lyonpo
Sonam Tobgye, el presidente del Poder Judicial, es de los contados
butaneses que puede llevar kabney naranja. Y su uniforme particular se
completa con una imponente espada que lleva amarrada a la cintura. "La
espada es el poder, y la kabney es el honor. Cuando me jubile, la espada
se va, pero la kabney se queda", dice, y suelta una sonora carcajada,
sentado en su despacho, presidido (¿lo adivinan?) por una fotografía del
cuarto rey de Bután. Fue él quien le encomendó, hace hoy exactamente
ocho años, dirigir la comisión que se encargaría de redactar un borrador
de Constitución para Bután. Quizá el primer gran paso para convertir
Bután en una democracia.
Lo habitual en la
historia es que la democracia sea una conquista del pueblo, producto a
menudo de sangrientas luchas y revoluciones. Pero en el caso de Bután la
democracia llegó por el empeño del cuarto rey, en contra de la voluntad
de la mayoría de sus súbditos.
En diciembre de
2005, Jigme Singye Wangchuck anunció que abdicaría a favor de su
primogénito y que se celebrarían elecciones. "La democracia no entró de
la noche a la mañana", explica Lyonpo Sonam Tobgye, con la espada
asomando por debajo de su kabney naranja. "Fue un proceso largo. Cuando
su majestad dijo que había que hacer una Constitución, la idea no fue
aceptada en absoluto por el pueblo. No queríamos una Constitución.
Estábamos muy a gusto con nuestro pasado. Teníamos desarrollo,
seguridad, habíamos progresado. Aun así, su majestad insistió en que era
importante que tuviéramos una Constitución. Y el pueblo aceptó sus
palabras, porque nos fiamos de él".
El comité
estudió "unas cien" constituciones extranjeras. Después se quedaron con
una veintena. Entre ellas, una les inspiró especialmente: la española.
"La leímos una y otra vez", recuerda. "Es una muy buena constitución. Es
muy progresista. Y ustedes tienen, como nosotros, una monarquía
constitucional. Le confesaré una cosa: la leímos un poco tarde. De
haberla visto antes, quizá no habríamos estudiado tantas otras".
Entregaron
un borrador después de 10 meses, que se colgó en Internet para que lo
vieran los ciudadanos y el mundo exterior. "Recibimos unos 400
comentarios de todo el mundo: intelectuales, universidades,
organizaciones de derechos humanos. Estudiamos todo eso, hicimos otro
borrador y éste se distribuyó al pueblo".
Los
reyes, padre e hijo, recorrieron entonces todo el país, hasta las aldeas
más remotas, y celebraban reuniones en los pueblos para explicar y
discutir el borrador de la Constitución. El 18 de julio de 2008 se
aprobó una carta magna sin pena de muerte para un país cuyo delito más
común es el expolio del patrimonio artístico y cuyo artículo 9.2
establece: "El Estado se esforzará en promover las condiciones que
permitan la consecución de la felicidad interior bruta".
El
24 de marzo de 2008 se celebraron las elecciones parlamentarias. Se
presentaron dos partidos y ganó (45 de los 47 escaños) el Partido de la
Paz y la Prosperidad del actual primer ministro, Jigmi Thinley. Y hace
ahora un año, en noviembre de 2008, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, de
28 años, hijo de Jigme Singye Wangchuck, se convirtió en el quinto rey
de Bután, el primer monarca constitucional del país.
La
sangre del nuevo rey aúna dos legitimidades. La de su padre, dinastía
que reina Bután desde 1907, y la de su madre, que desciende de Ngawang
Mamgyal, líder de una escuela de budismo tibetana que en 1616 se exilió
en lo que hoy es Bután, a la edad de 23 años, y se convirtió en el
primer gobernante del Bután unificado. El territorio se llamaba entonces
(todavía hoy lo llaman así muchos butaneses) Druk Yul, o la Tierra del
Dragón del Trueno. Y al líder se le otorgó el título de Zhabdrung, o
Aquel a Cuyos Pies Uno Se Somete.
Su cuerpo
embalsamado se guarda en la torre central del Punakha Dzong, también
conocido como Templo de la Felicidad, sede del poder medieval, donde se
coronó a los cinco reyes modernos. Una joya de la arquitectura butanesa,
que el propio Zhabdrung mandó construir en la intersección de dos
veloces ríos, uno macho y otro hembra (eso dicen), en un promontorio con
una trompa que desciende hasta el agua. Ya lo advirtió, en el siglo
VIII antes de Cristo, Gurú Rinpoche, santo patrón de Bután, que trajo el
budismo tántrico a estas montañas: algún día, dijo, en un sitio que
parece un elefante muerto, alguien llamado Ngawang levantará un templo. Y
si tiene éxito, unificará un país.
El coche
avanza por la serpenteante carretera, y uno podría pasarse horas mirando
las formas que dibujan las nubes algodonosas contra el azul brillante
del cielo y el manto de verde intenso con que los frondosos bosques
cubren las imponentes montañas que rodean al valle de Punakha. Quedan
pocos días para la recolecta de los campos de arroz, que se siembran en
junio, antes del monzón, y que confieren al valle un color tostado en
este inicio del otoño.
La marihuana crece libre
en las cunetas, pero sólo recientemente han tenido algún problema con su
tráfico y cultivo. Tradicionalmente se le daba usos más exóticos. Como
recuerda un anciano del lugar, en los internados los críos untaban con
marihuana el suelo para que las chinches la comieran, anduvieran más
lentas y despistadas, y así fuera más fácil cazarlas.
Bután
es una potencia en plantas medicinales. "Los botánicos extranjeros que
vienen no dan crédito", explica Karma Phuntsho, de la Oficina para la
Investigación de Plantas Medicinales y Aromáticas. Entre las especies
más extrañas está el yagtsa guen bub, o "hierba de verano y gusano de
invierno". Se da a partir de 4.000 metros de altitud y es, al mismo
tiempo, animal y vegetal. Un gusano que se hunde bajo la tierra y brota
de su cabeza una especie de planta u hongo, cuyo cuerpo se convierte en
raíz. Tiene propiedades rejuvenecedoras y afrodisiacas, y en Bangkok se
paga a 10.000 dólares el kilo. En el sistema de sanidad butanés, para
dolencias leves, los ciudadanos pueden elegir entre la medicina
tradicional y la occidental. Y la exportación de plantas medicinales,
explica Phuntsho, "tiene un gran potencial para el país". "Eso sí",
advierte, "siempre que se realice de manera sostenible".
De
momento, la economía de Bután confía en la bravura de sus ríos para
generar energía hidráulica (esperan multiplicar por cinco su producción
en los próximos años) y en el turismo, una industria que nació en los
años setenta. En este terreno se sigue una política, entroncada con la
filosofía de la FIB, de "pocos visitantes, pero mucho valor". El turista
debe pagar una tarifa de 220 dólares al día, que incluye alojamiento,
comidas, entradas a museos, desplazamientos interiores y guía. Se trata
de mantener un volumen rentable pero moderado, y evitar catástrofes
ecológicas, estéticas y sociales como la que el turismo masivo ha
provocado en el vecino Nepal.
Y así hasta que el
país sea autosuficiente y deje de depender de la ayuda externa.
"Hacemos un buen uso de las ayudas. Apenas hay corrupción, y a los
donantes les gusta asociarse a la idea de la FIB. Pero habrá un momento
en que la ONU considere que podemos valernos por nosotros mismos",
explica el ex ministro Lyonpo Thinley Gyamtso. "Somos un país pequeño y
queremos hacer las cosas así. No queremos enseñar nada al mundo. Hacemos
lo que creemos que es mejor para nosotros. Y si el mundo cree que hay
algo que aprender, son más que bienvenidos".
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