El intervalo entre la resurrección y la ascensión.
Una
de las fases más importantes de la misión de Cristo sobre la Tierra
consistió en traer a la Humanidad los Misterios Cristianos. Los Padres
de la Iglesia primitivos hacen muchas referencias a estas enseñanzas
secretas. Orígenes, uno de los más importantes entre ellos, alude
frecuentemente a las enseñanzas ocultas, lo mismo que Tertuliano, que
debía estar
familiarizado con ellas, ya que alega haber sido un Iniciado de los
Misterios de Mitra antes de contactar al cristianismo.
Cuando
Cristo dijo a algunos elegidos "sígueme" estaba formulando el primer
Sendero del Discipulado, que conduce a los Misterios Cristianos. El
aspirante moderno, al contemplar las magníficas iglesias de nuestros
días, con todo confort, desahogo y lujo, dedicadas a la memoria de
distintos discípulos, está inclinado a olvidar la vida que esos hombres y
mujeres vivieron cuando estaban sobre la tierra. Fueron empujados, de
un lugar a otro, por las más horrendas persecuciones, viviendo en cuevas
y sin atreverse a mostrar su rostro en ninguna plaza pública. Ningún
visitante de Roma puede olvidar las catacumbas, oscuros y sombríos
pasajes subterráneos, de muchas millas de longitud, en los que muchos de
los cristianos primitivos vivieron durante muchos años. Aparentemente,
la única recompensa a tantos años de sacrificio
y fortaleza eran las bestias salvajes en el circo o el martirio en la
cruz de su propio Gólgota. Sin embargo, a pesar de ello, aquellos bravos
hombres y mujeres poseían un coraje interno y una alegría anímica como
muy pocas personas hayan jamás conocido. Habían encontrado esa "gran paz
que sobrepasa todo entendimiento". Habían aprendido a decir, con San
Pablo: "Ninguna de esas cosas me mueve", porque habían alcanzado una de
las más difíciles consecuciones en el Sendero del Discipulado: Habían
encontrado el Reino de los Cielos dentro de ellos mismos.
Durante
la Semana de Pasión, el intervalo entre el Domingo de Ramos y el día de
Pascua, que se llama Semana Santa, Cristo dio a Sus discípulos muchas
claves relativas al trabajo del discipulado en el mundo físico externo.
Durante la semana entre Pascua y el siguiente domingo u Octava de
Pascua, llamada Semana Pascual, les proporcionó muchas claves relativas
al trabajo del discipulado
en los mundos internos o espirituales.
Fue durante aquel místico
amanecer del alba de Pascua cuando los seguidores de Cristo vieron, por
primera vez, la efulgente gloria del cuerpo solar del Maestro.
A
los tres discípulos más adelantados se les permitió contemplar aquel
cuerpo de luz en el Monte de la Transfiguración, pero ese privilegio
sólo lo pudieron alcanzar, la mayor parte de Sus discípulos, en el Rito
de la Resurrección o alborada de Pascua.
Durante los tres años de
ministerio de Cristo en la Tierra, apareció en el cuerpo físico del
Maestro Jesús. Este instrumento humano, para este plano terrestre, era
una pálida sombra comparado con la luminosa radiación del cuerpo solar
de Cristo, que es Su vehículo en el sol espiritual y en el plano de
Capricornio, morada de los arcángeles.
Fue durante ese tiempo
maravilloso para el espíritu, que va de la Resurrección a la Ascensión,
cuando los discípulos vieron
diariamente a Cristo en Su glorioso cuerpo, que San Juan describe como
"más blanco que la nieve y más brillante que el sol". Los
acontecimientos que tuvieron lugar durante ese trascendental período de
cuarenta días, como ya se ha dicho, se realizaron, en su mayor parte, en
los planos espirituales y sólo los discípulos capaces de funcionar
conscientemente en los mundos superiores, pudieron tomar parte en ellos.
Esos sublimes acontecimientos, descritos en los últimos capítulos del
Evangelio de San Juan, eran parte de la preparación, mediante la que los
discípulos fueron acondicionados para el más elevado suceso espiritual
de la vida humana, descrito bíblicamente como la Fiesta de Pentecostés.
En
el amanecer de Pascua, cuando Cristo se le apareció, en la gloria de Su
cuerpo arcangélico, a María Magdalena, uno de los más elevados
discípulos femeninos, probó la extensión de sus poderes de
clarividencia. Luego, la misma mañana, las
Escrituras nos dicen: "A otras de las santas mujeres se les apareció de
otras maneras" (San Marcos 16:12).
El hombre posee otros
cuerpos, de sustancia más tenue que el físico. El cuerpo de deseos o
astral está compuesto de materia del mundo astral; el cuerpo mental, de
sustancia del mundo mental; el cuerpo espiritual, de la sustancia
espiritual de sus planos. El Maestro Iniciado puede atraer fácilmente
hacia Sí átomos pertenecientes a esos planos, revistiéndose de un cuerpo
de esa determinada sustancia. Con la misma facilidad puede disolver ese
cuerpo cuando ya no le es necesario, y devolver sus átomos a la
sustancia universal de donde vinieron, lo cual explica el misterio de la
tumba vacía, tanto tiempo objeto de disputas entre las distintas
iglesias. Todo el que ha trascendido el elevado estado de Iluminación,
conocido como Iniciación de la Tierra, ha obtenido el completo y
absoluto control de todos los átomos y puede disociarlos
y disgregarlos a voluntad, que es lo que hizo Cristo antes de Su
Resurrección, ya que no necesitaba aquel cuerpo físico, por haber
concluído Su misión en la Tierra.
El Maestro se apareció a
aquellas mujeres revestido en Su cuerpo etérico, pues su visión no era
tan profunda como la de María Magdalena. En el camino de Emaús, según
las Escrituras, "sus ojos fueron cegados y por eso no lo pudieron
reconocer". Luego, siguen diciendo: "sus ojos fueron abiertos y pudieron
reconocerlo". Estas afirmaciones se refieren al desarrollo de la
clarividencia. El poder de la clarividencia y la facultad de abandonar
el cuerpo físico a voluntad, como un Auxiliar Invisible, son dos de las
fases más familiares del Discipulado Cristiano y, en los libros del
Nuevo Testamento, se hace frecuentemente referencia a esas dos etapas.
La
noche de Pascua, durante el suceso ya descrito, cuando el Maestro se
les apareció a los discípulos en la Cámara
Superior, con las puertas y ventanas cerradas y atrancadas, les estuvo
enseñando que la materia física no puede nunca constituir una barrera
infranqueable para el cuerpo del espíritu. Es ésta una verdad que pueden
atestiguar muchos estudiantes de los fenómenos psíquicos.
El día
siguiente, en el Mar de Galilea, Cristo enseñó a Sus más avanzados
discípulos cómo desarrollar y emplear ciertas corrientes espirituales
internas. El desarrollo y empleo apropiado de las mismas protegerá
siempre al discípulo de furiosas embestidas psíquicas, de la influencia
siniestra de desencarnados apegados a la Tierra, y de los terrores de la
obsesión. Ningún discípulo debe arriesgarse a trabajar en los planos
psíquicos si no ha aprendido cómo protegerse con el escudo y la armadura
de la pura y blanca luz.
"Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla, aunque los discípulos no se dieron cuenta de que era
Él.
Jesús les preguntó:
-Muchachos, ¿tenéis algo de comer?.
Contestaron:
-No.
Les dijo:
-Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron y cogieron tantos peces que no tenían fuerzas para sacarla. El discípulo amado de Jesús le dijo a Pedro:
-Es el Señor.
Al
oír que era el Señor, Simón Pedro se ciñó la túnica, pues iba desnudo, y
se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en una barca, que estaba a
unos cien metros de la orilla, tirando de la red con los peces. Al
saltar a tierra vieron un pescado puesto a asar sobre brasas, y pan.
Jesús les dijo:
-Traed algunos peces de los que acabáis de coger.
Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de
peces grandes: Ciento cincuenta y tres. A pesar de ser tantos, no se
rompió la red.
Jesús les dijo:
-Vamos, almorzad.
Ningún discípulo se atrevía a preguntarle quién era, sabiendo
muy bien que era el Señor" (Juan 21:4-12).
Aquí, como ya se
ha dicho, está contenida una de las más profundas enseñanzas dadas por
Cristo durante todo Su ministerio. Es la continuación del profundo
trabajo esotérico antes aludido, del Lunes de Pascua. Su acción no se
desarrolló en el plano físico, sino en el mundo interno en el que los
discípulos actuaban en sus vehículos espirituales. Dado que el pez es un
habitante de las profundidades, ha sido siempre el símbolo religioso de
los acontecimientos esotéricos profundos. Este símbolo lo usaron
ampliamente los primeros cristianos, durante el período de su intensa
persecución. No se trataba de hombres que capturaban y vendían peces
como medio de vida, sino de discípulos entrenados bajo la guía de San
Juan el Bautista para recibir las enseñanzas esotéricas profundas que
impartiría el Maestro. Una clave de este hecho está en la mención que se
hace del panal. Si se tratase
de un suceso físico natural, ciertamente no resultaría muy apetitosa
una comida compuesta de pescado y miel.
Esta última se ha
utilizado, desde tiempo inmemorial, en las ceremonias de Iniciación. En
los antiguos Misterios, cuando el aspirante había pasado con éxito
determinadas etapas, era jubilosamente recibido, dándosele la bienvenida
por sus compañeros iniciados, que compartían con él la ambrosía, bebida
de acción de gracias, compuesta de miel y algunas hierbas. Por tanto,
mediante el uso simbólico del pescado y la miel, se nos quiere decir que
los más adelantados entre los discípulos del Maestro fueron
introducidos en las más profundas verdades esotéricas de los primeros
Misterios Cristianos.
Durante el intervalo entre la Resurrección y
la Ascensión, los discípulos fueron recompensados por los largos años
de sacrificio y renunciación. Las maravillosas glorias de aquellos días
santos llenaron de revelaciones
divinas las horas de íntima y tierna comunión con su resucitado Señor.
Sólo los que estaban suficientemente evolucionados como para funcionar
conscientemente en los planos internos, pudieron experimentar la gloria
del intervalo entre la Resurrección y la Ascensión. Estos días sagrados
se sitúan, verdaderamente, entre el cielo y la tierra. Nunca podrían ser
descritos con meras palabras. San Juan se refiere a ellos en las
palabras finales de su Evangelio: "Y hay otras muchas cosas que Jesús
hizo y pienso que, si fuesen escritas, una por una, ni siquiera el mundo
entero podría contener los libros que habría que escribir".
extracto de EL MISTERIO DE LOS CRISTOS por Corinne Heline
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