martes, 2 de abril de 2013
Tensión al máximo en la península de Corea Resuenan los tambores de la guerra
Miguel Guaglianone, 2 abr (Barómetro Internacional).-
Una vez más los acontecimientos se precipitan. La loca carrera de la
administración Obama hacia una guerra indiscriminada contra el mundo, no
conforme con los frentes abiertos en Afganistán, Siria, Irán, Pakistán,
etc. ahora –con sus maniobras militares conjuntas con Corea del Sur–
reaviva uno de los más peligrosos (porque implica el riesgo de armas
nucleares) en la Península de Corea. El gobierno de Corea del Norte ha
declarado que no está dispuesto a seguir aceptando esas maniobras
anuales, que considera un peligro constante para su nación, y entonces
se coloca en “estado de guerra”, amenazando no sólo a su vecina Corea
del Sur, sino también a las bases norteamericanas en el Pacífico y hasta
la costa Oeste de los Estados Unidos, que estarían al alcance de sus
ojivas nucleares.
La península coreana había
estado ocupada por Japón desde 1910 y cuando finalizó la Segunda Guerra
Mundial con la rendición incondicional nipona (después de haber sido
bombardeados con armas atómicas), los Aliados –con Estados Unidos
determinando el nuevo mapa de esa parte de Asia– dividieron ese
territorio en dos, con el paralelo 38 como límite, quedando ocupada la
parte Norte por tropas soviéticas y la parte Sur por tropas
norteamericanas. El Norte establece en 1948 un gobierno comunista, y el
Sur un gobierno “protegido” por los Estados Unidos. En 1950 se declara
la guerra entre ambas partes y Corea del Norte invade la parte Sur,
logrando un espectacular triunfo que se ve contrarrestado por una
contraofensiva por parte de Estados Unidos y los Aliados, que la hace
retroceder hasta más al Norte del paralelo 38. La intervención armada de
China en el conflicto vuelve a llevar la frontera hasta ese límite
luego de una sangrienta guerra de más de tres años (y más de dos
millones de muertos), donde estuvieron implicadas todas las grandes
potencias. En
1953 se acuerda un alto al fuego,
que deja nuevamente la frontera en el paralelo 38 y crea una zona
desmilitarizada de 4 km de ancho entre ambos territorios. Curiosamente
nunca se logró un tratado de paz, por lo cual técnicamente la guerra ha
continuado durante 60 años.
Esta área
geopolítica ha sido desde entonces un foco constante de tensión, primero
durante toda la Guerra Fría, y luego al fin de ésta, ya que Corea del
Norte se fue convirtiendo en una potencia militar que ha logrado
desarrollar no solo armas atómicas sino también misiles que pueden
portarlas a grandes distancias. Esta capacidad militar le ha permitido
enfrentarse por su cuenta a Occidente (con un cierto respaldo de China)
luego de la caída de la Unión Soviética.
Durante
todo este tiempo las cosas han ido tensándose y aflojando cíclicamente
en la región (dependiendo sobre todo de quien ha manejado la política
exterior estadounidense). Bill Clinton logó bajar mucho la tensión en el
área, suspendiendo varias veces las maniobras anuales que hoy son causa
de la reacción de Corea del Norte. Pero la presencia de George W. Bush
volvió a complicar las cosas, sobre todo con la imposición de sanciones
económicas a Corea del Norte para intentar que abandonara sus
investigaciones nucleares, y la reanudación de las maniobras militares
anuales. El gobierno Obama –como lo viene haciendo en todo el mundo– no
sólo no ha mejorado la situación, sino que más bien la ha empeorado,
endureciendo las sanciones, proporcionando a Corea del Sur mayor ayuda
militar e intentando presionar de múltiples formas sobre el Norte.
Esta
política es parte de la “huída hacia adelante” de esta administración,
cuya única respuesta hacia su crisis interna (y la de sus aliados) que
no logra detener, parece ser la intervención y la exportación de la
guerra al resto del mundo. Quien se frota las manos de gusto es el
complejo militar–industrial, que aumenta sus ventas de armas y equipos
(y que agrava la crisis económica interna de los EEUU y de Europa y
acelera el desmontaje de todo tipo de asistencia social).
Lo
cierto es que se sigue jugando con fuego, y esto sucede mientras se
aplica una nueva vuelta de tuerca sobre Siria en el intento de tumbar su
gobierno, se mantiene el estancamiento en Afganistán y se paralizan las
incipientes conversaciones con Irán. Pareciera que usar el puño de
hierro es la única alternativa de un gobierno norteamericano prisionero
de los intereses de las corporaciones transnacionales, e incapaz de
afrontar sus graves problemas estructurales. Ya el gobierno anterior de
George W. Bush mostró que –a diferencia de lo sucedido en crisis
anteriores del sistema– de la crisis presente aparentemente no se puede
salir recurriendo a la guerra. Sin embargo, el extravío parece ser una
condición congénita. Un presidente demócrata encabeza la mayor ofensiva
bélica de los últimos tiempos (dirigida hacia objetivos múltiples), a la
vez que públicamente justifica el asesinato selectivo (no sólo de
supuestos enemigos, sino hasta de compatriotas
estadounidenses) y la tortura institucionalizada, para “proteger los mejores intereses de los EEUU”.
En
definitiva, la loca carrera hacia el abismo parece seguir acelerándose,
la ceguera y el ánimo suicida son las características de la política
imperial. No importa poner en peligro la seguridad del planeta, lo único
importante es seguir adelante sin mirar hacia dónde.
Increíblemente
los medios reproducen un cierto menosprecio de Occidente (ver artículos
de la BBC al respecto) sobre la seriedad de la posición de Corea del
Norte. Esta visión es el producto directo de las limitaciones de la
mirada eurocéntrica (sobre todo la británica) que tiende a subvalorar a
las culturas no Occidentales y que deja fuera en este caso la historia
de Asia y los roles jugados por Corea en otras épocas. No caigamos en
esta posición facilista elaborada para tranquilizar la “opinión pública”
de los países centrales, la amenaza está allí. Corea puede ser la
chispa que haga estallar el polvorín en que se está convirtiendo nuestro
mundo.
Todos estamos en peligro. Que por ahora
nuestra Latinoamérica no parezca ser el foco principal de atención de la
escalada bélica (aunque no por ello nos olvidan, siguen conspirando en
las sombras para dominarnos, sino preguntémosle a los gobiernos de
Venezuela, Bolivia o Ecuador, por ejemplo) no significa que no
compartamos los riesgos con el resto del mundo. En un sistema complejo y
en estado caótico, cualquier mínima alteración en variables que no
parecen ser importantes, es capaz de producir profundos cambios en el
estado general del sistema. Un conflicto con posibilidades del uso de
armas atómicas no será nunca –en nuestro mundo interdependiente y
globalizado– un hecho aislado. Puede generar un efecto de bola de nieve
que arrastre a tirios y troyanos, de consecuencias imprevisibles para
todo el planeta.
Debemos entonces estar muy
alertas e intentar todos los esfuerzos en todos los niveles para
prevenir las consecuencias de un conflicto de este orden. El futuro de
todos está en juego, en riesgo por las acciones desenfrenadas de quienes
tienen hoy el mayor poder militar de la Historia.
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