domingo, 14 de abril de 2013

Yo visité Ganímedes, parte 15: El Reino de Munt, 12 de abril 2013

viernes, 12 de abril de 2013

YO VISITÉ GANIMEDES, Parte 15: EL “REINO DE MUNT", José Rosciano Holder (Yosip Ibrahim)



YO VISITÉ GANIMEDES

Parte 15: EL “REINO DE MUNT", José Rosciano Holder (Yosip Ibrahim), Perú, años setenta.





Hemos visto que la humanidad establecida en el satélite del planeta Júpiter conocido por nosotros con el nombre de Ganímedes, denomina a su morada sideral como “REINO DE MUNT”.

Consideramos interesante saber el origen de tal nombre, porque también contribuye, en cierta forma, al conocimiento del pasado de esa raza y a la comprobación del desarrollo evolutivo de la misma, que en algunos aspectos podremos comparar con el de nuestra humanidad.

La tradición histórica de ese pueblo nos refiere que, hace más de diez mil años de los nuestros, cuando todavía existía el Planeta Amarillo al que hemos hecho mención en otros pasajes de esta obra, y que, al desintegrarse, diera lugar al “Cinturón de Asteroides" que hoy gira en tomo al Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter, los habitantes de aquel planeta se repartían entre los dominios de dos grandes reinos, o imperios, que en el transcurso del tiempo, después de etapas remotísimas en las cuales existieran otras divisiones estatales, o naciones, que en largos períodos de luchas y guerras, llegaron a unificarse en aquellos dos grandes bloques-potencias, las que habiendo alcanzado un notable adelanto en todos los aspectos de su civilización, poseían ya los secretos de la Naturaleza que hoy tenemos en la Tierra y comenzaban a utilizar el sexto sentido y todas las fuerzas derivadas del mismo.

Alcanzaban ya al dominio del espacio y habían desarrollado modelos de astronaves que, sin ser tan perfectas como las actuales, eran más poderosas y versátiles que las que hoy tenemos en la Tierra. 

Con ellas pudieron visitar diferentes mundos en nuestro sistema solar, conociendo desde tan remotos tiempos, la constitución de los planetas y satélites y las formas de vida o existencia que en ellos se desarrollaban.

Uno de esos grandes imperios, el originario de la raza que hoy reside en Ganímedes, era gobernado entonces por un gran rey, de nombre Munt, hombre de sabiduría excepcional y notables poderes suprafísicos, quien era asesorado por un consejo de sabios y evolucionados maestros, impartiendo a su pueblo una amorosa y patriarcal dirección. 

Ambos reinos vivían, ya, dentro de un equilibrio de fuerzas que diera por resultado una larga etapa de paz y de común entendimiento, porque sabían que su poder y sus formidables medios de ataque ocasionarían la aniquilación total en el problemático suponer de un choque entre ambos.

El Rey Munt, que alcanzara una existencia equivalente a varios siglos de los nuestros, llegó a conocer con mucha anticipación, el tremendo cataclismo cósmico que se estaba gestando en las entrañas de su planeta. 

Asesorado por los otros sabios de su elevado Consejo, comprobó en el plano físico y en los otros planos suprafísicos, la exactitud de sus cálculos y sus apreciaciones, llegando a fijar matemáticamente las fechas en que se realizaría el terrible fenómeno.

Su extraordinaria longevidad, pues aún estaba joven, relativamente, le permitieron elaborar todos los planes y tomar todas las providencias necesarias para evacuar a los habitantes del Planeta Amarillo antes de la catástrofe. 

Esta iba a producirse un siglo después. Munt y sus colaboradores inmediatos contaban con tiempo suficiente. 

Entre los mundos visitados por ellos en nuestro sistema planetario, fue escogido el gran satélite de Júpiter por su mayor cercanía, por las condiciones ambientales fáciles de acomodar y dominar, por las fuentes inagotables de fuerza y de energía que la sabiduría de esos hombres descubrieran allá y, también, por encontrarse totalmente deshabitado.

En comparación con nuestro planeta, de tamaño mayor pero mucho más lejano, esas dos facetas resultaron decisivas en la elección de un nuevo mundo, una nueva morada para establecerse, en la que su raza pudiera continuar desenvolviéndose con entera libertad y sin los inconvenientes, molestias y riesgos de todo orden, muy en especial en el campo de la supremacía de niveles evolutivos.

La distancia mayor y la existencia en la Tierra de ese entonces de una humanidad tan primitiva y atrasada en todos los niveles de la Vida, fueron de gran importancia para la decisión final que hizo de Ganímedes la nueva morada de esa raza. 

Debemos pensar que en tan remotas épocas nuestra humanidad se encontraba en la Edad de Piedra...

En los cien años, más o menos de que disponían los hombres de Munt, se trabajó intensamente en los preparativos de la total evacuación. 

Aquel sabio rey comunicó todo eso a su colega reinante en el otro imperio. La tradición no explica los motivos que influyeran en los hombres de ese otro reino para no hacer caso a las previsiones de Munt. 

Tal vez una menor sabiduría que les impidiera comprobar, por ellos mismos, la veracidad de los fenómenos que se gestaban en las entrañas del planeta.

¿Se dejaron, quizá, tentar, por la ambición de ser los únicos dominadores de ese mundo? Sólo Dios lo sabe...

Así pues, en aquel lapso de un siglo, Munt y su pueblo fueron estableciendo bases en el satélite de Júpiter; acondicionando las primeras zonas elegidas para su posterior establecimiento; construyendo la numerosa flota de astronaves en que evacuarían a la gente y a todos los implementos y equipos necesarios para el traslado de su civilización al nuevo mundo...

Cuando se acercaba la fecha prevista, ya en él estaba trabajando, paciente y disciplinadamente, la mayor parte de los habitantes del reino. 

Cuenta su tradición que el sabio Munt hizo varios esfuerzos por convencer a los gobernantes del pueblo vecino. 

En la centuria transcurrida habían fallecido muchos de los principales consejeros antiguos de ese país, y el mismo rey era nuevo. 

La fraterna y sapientísima intervención de los enviados de Munt no obtuvo mayor crédito.

Así llegó el momento en que abandonaron el Planeta Amarillo las últimas escuadras de astronaves, conduciendo el Rey Sabio, a todos los altos miembros de su gobierno y a los postreros pobladores de su vieja patria... 

Reza la tradición que, algún tiempo después, no más de un mes de los nuestros, llegaron hasta ellos algunas astronaves del otro imperio. 

Conducían a técnicos y pobladores que habían huido, despavoridos, y que explicaban que en ese planeta se estaban produciendo gigantescos terremotos y explosiones volcánicas nunca vistas; que el terror dominaba en todas partes y que la confusión y el pánico eran generales.

Así las cosas, un día pudieron contemplar, desde su nuevo mundo, cómo aumentaba desmesuradamente el brillo y la magnitud del lejano planeta. 

El fenómeno aumentaba, el destello cada vez más grande, iba igualando al del sol (fenómeno conocido por nuestros astrónomos como “supernova”) y, peco después, llegaba hasta el satélite de Júpiter un sordo rumor que venía del espacio, como el de una remota y extensa tempestad. 

El espectáculo sideral duró dos días. Al cabo de ellos, aquel resplandor inusitado y aquellos rumores cesaron por completo. 

El Planeta Amarillo había desaparecido del firmamento. La sabia predicción del Rey Munt acababa de cumplirse...

Refiere nuestro amigo Pepe que los hombres que en Ganímedes lo están reeducando, le manifestaron que aquel sabio rey alcanzó a vivir dos siglos más. 

En todo ese tiempo se fueron desarrollando las estructuras fundamentales y las instituciones que habrían de transformar el nuevo mundo, sobre la base de las que tuvieran en el planeta destruido.

Y que todo el pueblo decidió denominar, a perpetuidad, REINO DE MUNT a su nueva morada sideral, como homenaje de amor y de respeto hacia el sapientísimo y bondadoso Maestro y Soberano autor de tan magna proeza...




Posteado por Oliver Mora.
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